viernes, 25 de noviembre de 2022

Brockhampton, o cómo matar una amistad




     After all that we've been through
Breaking up is hard to do
I hate to leave you behind
But I can't go on living this lie
I just want to live a life that's free
So what I do won't hurt no one but me
I got a feeling I can't control
And I can't fake it anymore
(Ruby Winters)

Es difícil aceptar el alejamiento de aquellos a quienes amamos. Las razones concretas de la separación casi nunca importan tanto como el dolor, tan fuerte, tan universal. Es peor cuando uno se encuentra arrastrándose para perseguir una amistad que la otra parte ya ha superado, o desea olvidar. La humillación de perseguir algo que uno necesita, pero que el otro desprecia. Dejar ir es una de las lecciones más difíciles de aprender. Comprender que ha sido nuestra culpa, que nuestras propias conductas autodestructivas son aquello que llevó, inevitablemente, a romper la relación, es quizá aún peor.

Brockhampton fue una banda para la adolescencia. Me resulta difícil creer que pueda ser comprendida en su totalidad fuera de ese contexto. Sino de adolescencia al menos de juventud, y una juventud particularmente masculina. Un grupo de cantantes, raperos, productores y diseñadores conociéndose en un foro de internet, mudándose juntos a California, viviendo en la misma casa produciendo música día y noche; en eso consistía Brockhampton. La trilogía Saturation representó la época más divertida, original, creativa y sin compromisos. Luego Ameer Van fue acusado de abuso sexual y tras ser echado del grupo salió iridescence, un disco improvisado, caótico, no muy bien recibido. La tristeza y la furia, la depresión y el enojo, comenzaban a hundir a la banda. En 2019 llegó GINGER, en mi opinión su mejor disco, donde reflexionan más calmadamente sobre el rumbo a tomar, y qué significa perder una amistad. GINGER es un álbum sobre los momentos más bajos. Roadrunner fue un intento de consolidar la banda, volviendo al estado de pura creatividad como en los primeros discos pero también manteniendo la madurez emocional de su trabajo posterior. A pesar del éxito artístico, los números no acompañaron. Un tiempo después la banda anunciaba su ruptura.

Más allá de las razones concretas hay mucho que decir sobre el final de Brockhampton. Quizá represente algo distinto para cada persona que los haya escuchado durante estos años. Este escrito es un intento de capturar qué significó para mí.

La música de esta boyband particular siempre significó, más que cualquier otra cosa, un sentido de comprensión. Los chicos no sólo escribían sobre fiestas, drogas y sexo, pero también sobre el desamor, conflictos familiares, depresión, sobre buscar respuestas en Dios, y sobre no encontrarlas. El atractivo no era vivir en una fantasía de éxito, superar difíciles condiciones económicas para volverse rico y famoso. Vivir la fantasía del hip-hop formaba parte de las letras del grupo, al menos parcialmente, pero algo siempre volvía, aquello que los hacía tan únicos: su cruda honestidad. Las emociones no se escondían detrás de una máscara de masculinidad. Los chicos cantaban hasta desgarrarse la garganta, lloraban hasta quedarse sin lágrimas, expulsaban sus miedos y sus pensamientos más oscuros sin inhibirse por lo que otros podrían pensar. Era una banda con un espíritu muy adolescente porque era, sí, extremadamente dramática. No podía evitar serlo. Pero esta era también la música que permitiría a muchos alcanzar una madurez emocional en la que sentirse cómodos expresando aquello que supuestamente ningún chico puede expresar. La música de Brockhampton siempre fue una forma de mostrarnos que ese dolor no era único a nosotros, que alguien más se sentía así, y si ellos tenían los huevos para expresarlo, ¿por qué no yo también? Ese grupo de chicos divirtiéndose, haciendo música rara, filmando vídeos clandestinos, se volvió un lugar seguro donde, cuando nadie más entendía lo que uno estaba pasando, allí estaban ellos con lo que siempre se sentía como un profundo, melódico abrazo.

Kevin Abstract, líder del grupo, será probablemente recordado como un pionero por ser de los primeros en empujar un sonido tan creativo mientras hablaba sobre sexualidad, su sexualidad. Un rapero gay siempre será aceptado mientras elija ocultarlo, pero ese no fue el camino que Abstract decidió tomar. Su sexualidad era una constante, necesitaba serlo. Por extraño que suene uno deja de rechazar tanto su propia sexualidad cuando escucha a un artista que admira rapear sobre cuánto le gusta chupar pija. Es raro, incomoda cualquier masculinidad tradicional, pero también logra romperla de una manera mucho más radical que cualquier lucha liberal por la aceptación de la homosexualidad. Kevin nos mostró que ser gay, especialmente en un ambiente tan homofóbico como Texas, no implica tener que esconderse, ni la imposibilidad de vivir libremente la propia identidad. En este sentido nunca un verso sobre pija resultó más liberador.

Hasta donde sabemos por sus propias palabras Kevin fue un líder problemático. “Convertí mis amistades en un negocio” es una constante de The Family, promocionado como el último disco de la banda, el cual consiste exclusivamente en Kevin criticando sus acciones, sin arrepentirse, pero ahogado en las mismas emociones que caracterizaron el final de la banda: enojo, hacia los fans, hacia miembros del grupo, hacia él mismo, y tristeza de que estas amistades tan preciosas hayan acabado culpa del dinero, la presión, y su propia inmadurez. Kevin fue un líder fenomenal, pero no fue un buen amigo, y quizá fue esa la razón de la ruptura. El profesionalismo, la ambición y la exigencia no serán siempre compatibles con las amistades que uno más valora.

Es difícil escuchar un álbum como The Family. Es un proyecto que se ahoga en soledad. Problemas con el alcohol, relaciones tóxicas, desilusión con el éxito, con Kevin maldiciendo el contrato que le permitió ayudar a su madre, maldiciendo al negocio que le dio su carrera pero le quitó a sus amigos. Es hermoso y desesperante, con niveles de sinceridad tan fuertes que por momentos se torna emocionalmente abusivo. A veces uno se pregunta cuál es el propósito de un final así, tan deprimente, tan real. Precisamente es esta crudeza de la que venimos hablando la que permite concluir, como el último capítulo, esta especie de tragedia. Tras todo ese conflicto sólo queda el líder sin un grupo al que liderar. Escuchando sus versos es imposible no pensar que si esto era inevitable, si podría haber ocurrido de otra manera, si las amistades, si el arte, podrían haberse salvado, y no cruelmente aplastados por el egoísmo y las dinámicas de una industria tan tóxica. Uno también se pregunta si podría pasarme a mí, a mis proyectos, a mis amistades.

El propósito de The Family es el mismo que el de cualquier obra de arte: expresar lo que uno siente para que otros no se sientan menos solos. Toda expresión artística es así un intento fútil de destruir la separación entre las personas, de desdibujar la individualidad que nos encierra en nuestras propias mentes y no nos permite nunca estar realmente conectados. Existe un inescapable abismo entre cada persona, una enfermedad que el arte intenta subsanar. Escuchar a otra persona expresar lo mismo que uno siempre ha sentido, pero nunca ha encontrado las palabras para decirlo, o nunca ha encontrado a alguien que se moleste en escucharlo de verdad, en entenderlo, ése es uno de los valores del arte. Cerrar la brecha entre lo que uno siente y lo que no puede expresar. Es lo que nos atrae a música así, el vernos reflejados en personas con los mismos problemas que nosotros. El mero hecho de expresarlo ya es un acto radical. Ver a alguien hablar abiertamente sobre su depresión, su sexualidad, su egoísmo, hace que nos sintamos vistos, nos permite reconocer esa parte de nosotros que ocultamos por vergüenza o por miedo. Sólo pronunciadas en voz alta estas emociones se vuelven ‘reales’, importantes, tangibles. Dejan de ser el confuso caos del alma para volverse algo a lo cual señalar y decir: “Eso, es eso. Es así. Así me siento… Eso soy”.


La particularidad principal de este sentimiento es la de que quien recibe la impresión verdaderamente artística está tan unido al artista que siente como si ese trabajo fuese el suyo propio y de nadie más, ya que expresa lo que tanto ha ansiado poder expresar. Una verdadera obra de arte destruye, en la consciencia del recibidor, la separación entre él mismo y el artista, pero no sólo eso, sino también entre él mismo y todas aquellas mentes que han recibido aquella obra. En esta liberación de nuestra personalidad de su separación y aislamiento, en esta unión de uno con otros, reside la característica principal y la atractiva fuerza del arte. (Tolstoi en ¿Qué es el arte?)


La expresión artística se vuelve así una manera de subsanar, al menos parcialmente, la soledad. Por supuesto que uno debe salirse del mero ‘consumo’ (que fea palabra para hablar de arte) y vivir una vida real, hablar con otros realmente; sólo así se logra escapar a la espiral de estar solo. Pero insisto, el arte es un primer paso para entender que no estamos verdaderamente solos, que otros se han sentido así, y ellos nos entienden. O al menos podemos sentir que nos entienden. No hay que confundir esto con una relación con el artista, pues lo más probable es que ni lo conozcamos ni valga la pena conocerlo, ya que no nos identificamos con el artista, sino con su arte. Es peligroso confundir los dos y obsesionarse con una persona como si tuviésemos algún vínculo. Lo mismo sucede con Brockhampton: ningún fan sano se cree parte del grupo, pero en esas amistades vemos reflejadas las propias. Vemos el mismo caos, las mismas tensiones, los mismos miedos, los mismos problemas. Se siente como el final de una mala relación que cualquier podría vivir. Un verso que resalta es “ojalá pudiésemos hablar, pero no tengo nada que decir”. Querer solucionar las cosas, pero ya no quedan palabras capaces de curar. Kevin insiste en que ya casi no se habla con el resto de los miembros. Ha habido demasiados roces. El distanciamiento es palpable. La misma decisión de hacer un disco entero donde él es el único miembro de la banda presente ya muestra lo irremediablemente roto de la relación.

Sin embargo, sorprendentemente, unas horas después del lanzamiento de The Family salió otro disco, TM, donde todos los miembros del grupo están presentes. Es un proyecto mucho más convencional, donde pareciera, al menos superficialmente, que nada de lo narrado en The Family hubiese sucedido, como si todo volviera a ser como en los primeros días de la banda. El sonido, a pesar de todo, expresa algo distinto. Son en gran parte canciones tristes, melancólicas, con letras no tan tensas ni violentas pero sí reflexivas, deprimentes. Es un final en dos sentidos; le da a los fans un final en grupo, reminiscente de lo que la banda solía ser, pero también expresa las emociones de un final que nadie quería, pero todos necesitaban.

Las amistades son cada vez más extrañas, mediadas por Whatsapp o Instagram, las personas se vuelven una foto de perfil o una cuenta que no publica. Es común no hablar durante períodos largos de tiempo, guardarse lo que uno verdaderamente siente, mantener una apariencia que no necesariamente coincide con lo que sucede en el interior de uno mismo. A veces las rupturas son tensas, pero con más frecuencia una de las partes deja de contestar mensajes, organiza verse con menos frecuencia, cambia de número sin avisar, y el contacto se pierde en ambos sentidos. Es difícil intentar comprender cómo o por qué sucede, cuando la persona que más te entendía, que más apreciabas, desaparece de tu vida sin explicación, sin dejar rastros. Y cuando uno busca una explicación, aunque sea un último reencuentro, todos los problemas salen a la luz, volviéndose imposible siquiera soñar que se podría volver a lo que alguna vez fue. Uno siente que lo único que puede rescatar son apenas recuerdos.

Es una parte de madurar comprender que las relaciones acaban. Aquellos que te acompañaron durante tus años en el colegio no necesariamente estarán en otras etapas de tu vida adulta. Algunos quizá crucen con vos a esta nueva vida, pero otros elegirán su propio camino, y hay que aprender a aceptarlo. No todas las relaciones duran. Las personas cambian, amistades mueren. El final de la banda que me acompañó en años de depresión adolescente se siente como cerrar un capítulo de mi vida, y también resultó ser una forma de comprender que aquellas personas que extraño no volverán. Quizá las vuelva a ver, pero ya no somos los mismos. Esas personas que éramos ya no están. Quienes fuimos ya no representan quienes somos. Debemos aceptar que el grupo ya no habla, que no pudimos salvar a la familia. Sólo queda esperar que quizá de todo ese dolor se pueda sacar algo de buen arte que subsane esta soledad.

Gracias por leer.


lunes, 19 de septiembre de 2022

El segundo Narciso

Para Mafer

Según Marechal hay dos Narcisos: El primero, al verse reflejado en el lago, enamorado de sí mismo, muere al intentar alcanzar su propia imagen. Al segundo le sucede algo similar; también cae al agua y muere, pero no atraído por su propia imagen, sino por la imagen del Otro, “la forma eterna de lo que ama”. El Narciso que trasciende alcanza al amado, y al unirse con él, al perder toda contingencia y ganar eternidad, se pierde a sí mismo, se desvanece confundido en el Otro amado. En esta muerte se pierde su identidad, el individuo perece. Narciso deja de ser él mismo, pero debemos recordar, este es un proceso de unión. Nos desvanecemos para unirnos, para volver a la unidad, volver a ser parte de la Hermosura amada. Nos perdemos a nosotros mismos, matamos nuestro ego, para recuperar el Amor.

Si todo amor equivale a una muerte, y lo que importa es lo que se pierde o se gana muriendo, ¿dónde se encuentra el amar? Me interesa considerar lo siguiente: el amor no es individual. El amor nunca puede existir por sí solo en un sujeto amante. Siempre hay un objeto de amor, un amado, pero este no puede jamás ser pasivo. En lugar de considerarlo objeto, recibidor, debemos tomar consciencia de que aquél es, realmente, el sujeto más activo, aunque sea por su puro emanar de atracción, incluso emanar de ser. Somos por él, vivimos por él, y a él queremos retornar. Amar es una actividad recíproca en la que, sin embargo, nos encontramos subordinados, de rodillas ante lo Superior. Y aún así persiste, a pesar de todo, un momento, el más puro y estático, donde nos ponemos de pie para abrazar al Eros y volvernos parte de su Justicia, Templanza y Valentía.

Diotima, en conversación con Sócrates, afirma: “la generación es algo eterno e inmortal, en la medida en que puede darse en algo mortal. Pero es forzoso desear, junto con el bien, la inmortalidad, si verdaderamente el amor consiste en desear poseer el bien para siempre. Por lo tanto es forzoso que el amor sea también deseo de la inmortalidad.”

Ahí está la contradicción del amar. Ansiamos la eternidad, pero tan sólo la lograremos al deshacernos de nosotros mismos. No hay identidad en la inmortalidad. En nuestros tiempos, cuando tan difícil resulta escaparnos de nuestros egos, nuestros rostros, nuestros cuerpos, exhibidos, discutidos, enaltecidos, cuando todos somos actores y nuestros nombres designan todo lo que somos y lograremos ser, el amar se vuelve impenetrable. Todo nuestro valor recae en nuestro carácter de individuos, pues somos sujetos solitarios, protagonistas de nuestras novelas, rodeados tan solo de meros personajes secundarios. ¿Qué es el amor por el Otro, el arte de amar como el arte de morir, en estos momentos de amor propio y narcisismo individualista? Amor por uno mismo, nunca por el Otro, son las señales de época. Indulgir en vernos a nosotros mismo reflejados, caer en el lago con éxtasis, y morir sumergidos en el ego.

Cada tiempo, cada época, cada siglo, tiene sus rasgos particulares, y no somos nadie para decidir si son correctos, morales o justos. Sin embargo me gustaría señalar que, si ansiamos el bien, la inmortalidad, el Eros, debemos buscar a ese Otro, sumergirnos en su lago, y desvanecernos en su eterna Hermosura. Unidad con el Otro, la única salvación de nuestra contingencia, nuestra soledad, nuestra identidad apagada, múltiple e imperfecta. Fusionarnos con un alma Superior, un suicidio divino, un ascenso del alma en la que la misma se esfuma en trascendencia; esa es la única manera de amar. No amamos por nosotros mismos, por un deseo personal de lujuria, un amor masturbatorio y egoísta con un otro como instrumento de nuestra satisfacción. Amamos para dejar de ser nosotros mismos, disolvernos en esa Belleza que nos ilumina. Es un privilegio participar de la unidad, morir en el Otro, “abandonar nuestra forma por la del Amado que nos llama en nuestro centro”. El amado es parte de nosotros, por eso nos atrae desde nuestro centro, pero cuando entramos en contacto con él, necesariamente perecemos. El amante no ama para sí mismo; ama por y para el Amado.

El segundo Narciso representa una visión olvidada del amor. Una visión a la que quizá sea cada vez más provechoso retornar.

Volviendo a Diotima: “sólo en ese momento, cuando vea la belleza con lo que es visible, podrá engendrar no imágenes de virtud, ya que no está en contacto con una imagen, sino en virtudes verdaderas, al estar en contacto con la verdadera belleza”.

-Nehuén Faggiano


domingo, 4 de septiembre de 2022

El Monstruo Político, por Antonio Negri

"La tradición metafísica clásica y el racionalismo occidental excluían al monstruo de la ontología del concepto: estas experiencias no registran sino su poderosa inclusión. En efecto, sólo un monstruo es el que crea resistencia ante al desarrollo de las relaciones capitalistas de producción; y sólo un monstruo es el que obstruye la lógica del poder monárquico, aristocrático, populista, siempre eugenésico; el que rechaza la violencia y el que expresa insubordinación; el que odia la mercancía y se expande en el trabajo vivo... Comenzamos a leer la historia desde el punto de vista del monstruo, como producto y umbral de aquellas luchas que nos han liberado de la esclavitud a través de la fuga, del dominio capitalista a través del sabotaje y, siempre, a través de la revuelta y la lucha. Es un proceso largo, ambiguo y frecuentemente contradictorio, pero la «línea del monstruo» es la única que ha podido al fin explicarnos el desarrollo de la historia tal como la vivimos y, sobre todo, tal y como el porvenir nos la hará presente." (p. 103)

-Antonio Negri

Negri, A. (2007). El monstruo político. Vida desnuda y potencia, en Rodrígez, F. y Giorgi, G. (comps.) Ensayos sobre biopolítica. Excesos de vida. Paidós.


viernes, 19 de agosto de 2022

El Cuerpo Moderno

 Versión escrita de la ponencia dada el sábado 13 de 2022 en la Facultad de Humanidades y Artes (UNR) como parte del Encuentro Nacional de Filosofía XIV

El legado del mecanicismo cartesiano:

el cuerpo en la era capitalista


«En la habitación impregnada de vinagre en la que disecábamos a ese muerto que ya no era el hijo ni el amigo, sino sólo un hermoso ejemplar de la máquina humana…». Zenón, médico.

(Marguerite Yourcenar en Opus Nigrum.)


Descartes rechaza la sensibilidad como fundamento de certeza: “Todo lo que he tenido hasta hoy por más verdadero y seguro lo he aprendido de los sentidos o por los sentidos: ahora bien: he experimentado varias veces que los sentidos son engañosos, y es prudente no fiarse nunca por completo de quienes nos han engañado una vez”. (2007, p. 120). Este rechazo epistemológico del conocimiento por lo sensible es una primera instancia de la separación que se realiza sobre el cuerpo y la razón, subordinando el primero a la segunda. En su carta a Elisabeth (1 de septiembre, 1645) declara que las pasiones deben sujetarse a la razón, y en el Discurso del Método las describe en términos mecánicos acudiendo a los “espíritus animales”. El mundo ya no se siente; se piensa. La verdad es científica y conceptual, inteligible y no sensible. Se vuelve a Platón y se niega a Aristóteles. Al conocimiento no se accede por lo corporal, sino tan sólo por lo cognitivo; el mundo de la inteligencia es el mundo real que merece ser investigado.

Si yo pienso, luego existo, lo que me define como un yo es mi pensar. Esa es mi naturaleza y constituye mi identidad. Si mi cuerpo no piensa y es sólo pura extensión el alma “es entera y verdaderamente distinta de mi cuerpo y puede ser o existir sin él” (Sexta Meditación). Aquí comienza la des-identificación de la persona con su cuerpo. Nuestro yo es no-corporal.

No hay nada que, por sí solo, distinga al cuerpo de la máquina. Las reglas de la naturaleza son las mismas que la de los mecanicismos (p. 83), y lo que nos permite diferenciar al autómata (movimiento sin voluntad) del “hombre verdadero” es que el segundo posee alma, posee consciencia, la cual, aunque en unión estrecha con el cuerpo, es una sustancia diferenciada. Res cogitans y res extensa separan lo cognitivo, nuestro verdadero yo, de lo material y sensible, nuestro cuerpo.

David Le Bretón analiza el cuerpo moderno en su libro Antropología del Cuerpo y Modernidad (2002), donde deja claro que este pasa a ser nuestra propiedad, más no nuestra esencia. Poseemos un cuerpo sin identificarnos con él. Para Le Bretón Descartes “inventa” el cuerpo occidental: “la confinación del cuerpo a ser el límite de la individualidad” (p. 68). “La unidad de la persona se rompe y esta fractura designa al cuerpo como una realidad accidental, indigna del pensamiento”. (p. 69). Pensemos en cómo los anatomistas no tienen problema en desligar al cuerpo de cualquier noción de persona o dignidad. El cadáver, que es sólo cuerpo, sólo sustancia extensa, no posee alma, no contiene a la persona que alguna vez lo habitaba. Podemos diseccionar cadáveres sin remitir nunca al ser humano, contrario a culturas donde el cuerpo sigue representando a el hijo, padre, amigo o amante. La indignación de las familias que aún ven en el cadáver al ser amado es dejada de lado. Todo esto nos deja con la inquietante pregunta: si el cuerpo no es persona, y es el carácter de persona el que nos proporciona nuestros derechos y dignidad, ¿el cuerpo no tiene derechos?

¿Significaría esto que las perpetraciones sobre nuestro cuerpo, si nos encontramos en estados de inconsciencia, no serían penables? En la realidad nos seguimos identificando con nuestro cuerpo incluso en estados de inactividad de la consciencia. Desligar cuerpo de persona implica que cualquier daño físico no equivale nunca a un daño psicológico, y llevar esto al ámbito moral y jurídico implicaría justificar la subordinación de cuerpos ajenos a la voluntad propia, pues el cuerpo no sería más que una máquina a manipular sin poseer ninguna integridad que deba ser respetada.

La concepción mecanicista de la vida también nos lleva a desvalorizar la naturaleza, y esto, a su vez, nos permite dominarla. Para Descartes los animales no poseen razón, no poseen alma, por lo tanto nada los distingue de una máquina sin sensibilidad. Podemos diseccionarlos, torturarlos, matarlos, utilizarlos como instrumentos de producción, sin tener que preocuparnos por su dignidad ni sus derechos. ¿Quién se preocuparía por la integridad moral de una máquina? Para Geroges Canguilhem (1976) Descartes desvaloriza al animal para permitir su utilización como instrumento:


“Nos hallamos en presencia de una actitud típica del hombre occidental. La mecanización de la vida, desde el punto de vista teórico, y la utilización técnica del animal son inseparables. El hombre sólo puede convertirse en dueño y poseedor de la naturaleza si niega toda finalidad natural y si puede tener toda la naturaleza, incluida toda la naturaleza aparentemente animada, fuera de sí mismo, por un medio” (p. 129-130).


El uso del cuerpo/máquina con fines productivos no se limita a los animales no-humanos. La cuantificación del trabajo, la transición del trabajo artesanal al el trabajo de producción capitalista, “actos productivos segmentarios, uniformes y no cualificados”, requiere pensar los movimientos del cuerpo como simples, idénticos, repetitivos, para poder asignar un ratio de salario-por-hora que demandase muchas horas de trabajo. “(…) detrás de la teoría del animal-máquina, se deberían apercibir las normas de la economía capitalista naciente.” (p. 126). Así el mecanicismo se aprovecha para fines productivos. La utilización instrumental del cuerpo queda expuesta en el Taylorismo y las fábricas de Henry Ford. Pruebas de lo efectivo que es el mecanicismo en racionalizar el trabajo fábrica es la creciente amenaza de la automatización, donde tecnología más eficiente reemplaza al cuerpo logrando mayor productividad.

El agotador y a veces tortuoso trabajo en la fábrica puede perjudicar al cuerpo, más no a la persona en él encerrada, ajena a sus penas corporales. Nuestro cuerpo no sería más que una herramienta del ego, no sea más que un medio para movernos en el mundo; el cuerpo se vuelve, en un sentido ontológico, una herramienta para quienes realmente somos, para nuestra capacidad pensante. Bajo un contexto capitalista esta herramienta se vuelve, específicamente, una herramienta de producción. Así, la dignidad humana del cuerpo se elimina, permitiendo considerar al cuerpo humano como una pieza de tecnología dentro de una cadena de producción sin proporcionarle especiales consideraciones.

Por último me gustaría retomar este planteamiento de Le Bretón sobre el cuerpo como objeto de vergüenza social, el cuerpo en su lugar menospreciado. Cuando nos volvemos conscientes de que no poseemos total y absoluta independencia de nuestros cuerpos este nos desagrada. Expresiones físicas como los eructos, los pedos, los escupitajos o la sexualidad suelen ofender a la moral burguesa y resultar instantáneamente despreciados. El desnudo mismo es objeto de vergüenza. El cuerpo que no es controlado, diseñado en cada aspecto, manipulado hasta alcanzar su ideal de perfección, se percibe como una degradación de nuestro verdadero yo, nuestra identidad corrompida. La gordura, la vejez, demasiado pelo o calvicie, poco músculo, demasiado femenino, poco masculino, muy alto, muy bajo; estamos en constantes críticas hacia cuerpos propios y ajenos. Decimos que vamos al gimnasio por nuestra salud, pero desarrollar abdominales o tener un culo más grande poco tiene que ver con nuestro bienestar físico. Luchamos por obtener un cuerpo joven, esbelto, pulido, sano. Incluso qué definimos como sano y qué no también es objeto de disputa y producción cultural. Los “saludables” deportistas son también quienes sufren las mayores lesiones al empujar a sus cuerpos a límites extremos. Pocas personas se sienten realmente conformes con sus físicos. El maquillaje, los filtros, gran parte del atractivo de la cultura fitness es prueba de ello. Si bien nada de esto tiene por qué ser negativo (aunque el fuerte rechazo al propio cuerpo puede volverse un problema psicológico importante) sí demuestra que nuestra relación con nuestros cuerpos es una de rechazo, no de aceptación.

Los cuerpos son también objeto de dominación, subordinados a la voluntad de un otro autoritario. El cuerpo femenino, al hombre; el cuerpo del niño, al adulto; el cuerpo del negro, al blanco; el cuerpo del trabajador, a su empleador. Dominar a otra persona es siempre dominar su cuerpo, restringir su libertad de movimiento, encerrarlo en una celda que no permita estirar los brazos demasiado lejos, sólo lo suficiente para que realice su tarea asignada.

El cuerpo como ajeno a nuestra identidad es una herramienta que no siempre nos pertenece, y la disonancia entre quienes (sentimos que) somos y cómo esa persona se expresa en el mundo sensible puede resultarnos insoportable. Quizá una vinculación distinta con el cuerpo, en la que nos identifiquemos con él, lo integremos a nuestra identidad en clave de aceptación, lo redefinamos como posibilidad de placer y disfrute, parte esencial de quienes somos, merecedor del mismo respeto, la misma integridad, y el mismo cuidado que nuestro “yo psicológico”, sea el primer paso para sentirnos a gusto en nuestra propia piel.


-Nehuén Faggiano


Bibliografía:

Canguilhem, G. (1976) El conocimiento de la vida. Anagrama.

Descartes, R. (2007) Discurso del Método/Meditaciones Metafísicas. Austral.

Le Breton, D. (2002) Antropología del cuerpo y modernidad. Nueva Visión.

Santucho, M. (2014) Canguilhem, Foucault, Althusser: una aproximación a la metáfora de la máquina en la filosofía francesa contemporánea, en C. Balzi (comp), Física y Política del autómata: los avatares del hombre-máquina. Editorial Brujas.

jueves, 28 de julio de 2022

Empatía como motor de derechos humanos

Los derechos humanos no son encontrados en la naturaleza, ni tampoco en un diccionario, sino que se construyen a partir de los valores de la comunidad. El acto de definir “ es un acto de ejercicio de poder. Es una conducta autoritaria, soberbia. Cierra el diálogo, muestra descaradamente las jerarquías, pretende imponer un punto de vista.” (Rabinovich-Berkman, 2013, p. 29). Qué valores se toman en cuenta (libertad, propiedad, etc) serán esenciales para saber qué tipos de derechos serán defendidos y garantizados jurídicamente. Entre estos hay un valor que va antes de cualquier otro: el de humano, persona con dignidad, merecedora de derechos y de ser tratada con respeto a sus intereses y autonomía. Los derechos humanos tienen un claro y único sujeto: el humano en cuestión.

Sin embargo, aunque pensemos que este es un adjetivo universal para todos los homos sapiens, en la práctica hemos visto varias instancias históricas donde no todos han sido considerados en el mismo nivel como personas. Esclavos, judíos, mujeres, militantes revolucionarios, pueblos colonizados, son algunos de los ejemplos de sectores de la población cuyos supuestos derechos básicos y esenciales fueron repetidamente violados: genocidios, tortura, sometimiento, violaciones. El comercio de esclavos africanos, el Holocausto, la última dictadura militar en Argentina o el Estalinismo o ambas guerras mundiales son algunos ejemplos de eventos históricos donde el alcance de la palabra “humano” y “persona” se encontraba restringido. En la actualidad muchos aspectos esenciales de la vida humana, supuestamente garantizados por el Estado, no alcanzan a aquellos sin los ingresos suficientes. Si uno es pobre, su condición de persona se ve limitada, pues aquello que debe ser garantizado a todos los seres humanos, en la actualidad, no es alcanzado.

Por ejemplo, el artículo número 17 de La Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU declara que “Toda persona tiene derecho a la propiedad, individual y colectivamente”. Si uno es pobre o en situación de calle, pareciera que este “derecho” no le es aplicable. Es como si ciertos sectores de la población no tuvieran dignidad, pues como dice Rabinovich-Berkman (2013): “no se podría siquiera imaginar un ser humano con dignidad y sin estos derechos: no tener uno de estos derechos, implicaría carecer de dignidad humana”. (p. 34)

La tesis de este trabajo es la siguiente: la empatía, entendida como un aspecto de la perspectiva de la segunda persona de Gomila, serviría como motor para una definición inclusiva y tolerante de los derechos humanos verdaderamente universales.

Para empezar se debe entender el carácter integral de la empatía, como conjunción de fenómenos cognitivos y emotivos; sin embargo la empatía no es mera preocupación o angustia personal, pues requiere “apreciar las emociones y sentimientos de los otros con una mínima distinción entre el yo y el otro (…)” (Brunsteins, 2017, p. 9), por lo que una “regulación emocional” se vuelve necesaria. Para experimentar empatía debemos reconocer al otro como un otro como un yo, como un sujeto digno y merecedor del mismo tratamiento que uno mismo merece. En casos de injusticias esto requiere reconocer al otro como una víctima que ha sido tratada no como un sujeto, sino como objeto (p. 10). La intersubjetividad es clave, y sólo puede darse al reconocer conscientemente la experiencia del otro y al verse afectado emocionalmente por esa realización. Esta sensibilidad, al volverse guía de la construcción de la moralidad, sólo podría encontrarse al servicio de la definición y defensa efectiva de los derechos humanos.

Para entender mejor esta relación vamos analizar detenidamente la perspectiva de segunda persona de Antoni Gomila (2008). En esta teoría de atribución mental se reconoce la intersubjetividad recíproca, un “compartir intencional”, y una espontaneidad en la relación cara a cara. La atribución sucede espontáneamente, implícitamente y como una reacción que da sentido a el comportamiento del otro. La consideración de las circunstancias ajenas es necesaria para que se de esta relación. No se busca la explicación ni la predicción, pues el reconocimiento implícito de lo que el otro siente se da en una interacción social intersubjetiva instantánea, en la “experiencia subjetiva social”. La interacción cara a cara se vuelve un contexto práctico de atribución necesaria para la dimensión reactiva de la interacción en tiempo real, y constituye una forma de relación humana básica.

Es espontánea, implícita, reactiva y directa, y requiere atribuir a un otro un estado distinto del que uno mismo siente. Esta es una propuesta de “entender a cada sujeto por relación a otros, y no como algo cerrado en sí y autosuficiente” (p. 10). La intersubjetividad y nuestra relación con otros nos define, pues es esencial. Por eso Gomila habla de un punto de vista no particular, sino imparcial donde se dé la indignación y desaprobación moral (p. 12-13). Si se reconoce la relevancia moral del otro sujeto de la interacción entonces la moralidad “individualista” y recortada se supera. El concepto de “derechos” podría potencialmente ampliarse, para no sólo alcanzar a uno mismo y aquellos como yo, si no también a otros, con sus propias experiencias como sujeto: esta es la base de nuestras obligaciones morales. Nos volvemos agente morales responsables de nuestros actos. Las relaciones sociales son “entre sujetos, de respeto, de obligaciones morales recíprocas”.

Para Hannah Arendt (2012) los gobiernos totalitarios elaboran un reduccionismo donde las personas son reducidas a “reacciones y reflejos”, donde no se mata a una persona particular, con un nombre, con deseos y derechos, si no que “se mata a un espécimen indefinible y totalmente imposible de distinguir de la especia Homo sapiens.” (p. 135). Se deja de ver a las personas como tal y si las empieza a ver como animales o máquinas cuyas acciones son predeciblemente dirigidas a una actividad supuestamente inmoral (como podría serlo la extinción de la raza aria en el caso de los judíos para los nazis). “(…) es necesario privar a las personas no solo de su libertad sino también de sus instintos e impulsos (…)” “El fracaso o el éxito de un gobierno totalitario depende, pues, en última instancia, de su capacidad para transformar a los seres humanos en perversiones animales”. Todo aquello que identifica a las personas como tales, que señale su individualidad, los haga identificables y señale su condición de seres humanos iguales de dignos que el resto debe ser eliminado para un efectivo control totalitario.

Según Gomila, los actos atroces que ciertas personas cometen en contra de sus pares se debe a un “bloqueo” de esta capacidad de atribución mental, lo que resulta en una “deshumanización” del sujeto-vuelto-objeto víctima del acto, por lo que:


“la perspectiva de segunda persona constituye la mejor barrera psicológica y moral contra el tipo de atrocidad extrema que ha caracterizado el siglo XX, y por ello, puede constituir una mejor estrategia preventiva el trabajar en favor del desarrollo de la sensibilidad moral que encierra, a través de una educación sentimental adecuada (para asegurar las actitudes reactivas moralmente justificadas), que el estudio de principios morales universales.” (p. 16).


Reconocer a alguien como otro ser humano, como una persona, es reconocerle sus derechos humanos básicos y elementales, los cuales posee por su condición humana y por reconocimiento de la comunidad. Los seres humanos merecen respeto y dignidad, y una manera de llegar a realmente aprehender esta realidad es la de reconocer nuestras capacidades de atribución mental a un otro diferente pero similar a mí, tarea la cual se da instintivamente en la comunicación cara-a-cara. Una emoción tan propia del ser humano, constituida tanto por partes cognitivos como afectivas, podría sentar las bases para nuevas formas de entender y sostener los derechos humanos, además de proveer de reconocimiento y soporte emocional y jurídico a las víctimas que han tenido sus derechos vulnerados.


Bibliografía:

-Arendt, H. “Los hombres y el terror” en Los hombres y el terror y otros ensayos, RBA Pensamientos, 2012.

-Brunsteins, P. “La empatía y su contribución en el ámbito de los derechos humanos” en Lariguet, Guillermo y Samamé, Luciana (eds). La urdimbre de la razón. Ensayos de filosofía teórica y práctica contemporáneos, Kazak Ediciones, 2017.

-Gomila, A., "La relevancia moral de la perspectiva de segunda persona" en Pérez, D. y Fernández Moreno, (eds) Cuestiones Filosóficas. Ensayos en honor de Eduardo Rabossi, Catálogos, 2008.

-Rabinovich-Berkman, R. ¿Cómo se hicieron los derechos humanos? Didot, 2013.

miércoles, 13 de julio de 2022

Oscar Wilde, Altruismo y Propiedad Privada

    La mayoría de la gente arruina su vida por un malsano y exagerado altruismo; en realidad, se ven forzados a arruinarse así. Es inevitable que se conmuevan, al verse rodeados de tremenda pobreza, tremenda fealdad, tremenda hambre. 
    En el hombre las emociones se suscitan más rápidamente que la inteligencia […] es mucho más fácil solidarizarse con el sufrimiento que con el pensamiento. De esta forma, con admirables aunque mal dirigidas intenciones, de forma muy seria y con mucho sentimiento la gente se aboca a la tarea de remediar los males que ve. Pero sus remedios no curan la enfermedad: simplemente la prolongan. En realidad sus remedios son parte de la enfermedad. Tratan de resolver el problema de la pobreza, por ejemplo, manteniendo vivos a los pobres o, como hace una escuela muy avanzada, divirtiendo a los pobres. Pero ésta no es una solución, agrava la dificultad. El objetivo adecuado es tratar de reconstruir la sociedad sobre una base tal que la pobreza resulte imposible. Y las virtudes altruistas realmente han evitado llevar a cabo este objetivo. Así como los peores dueños fueron los que trataron con bondad a sus esclavos, evitando de este modo que los que sufrían el sistema tomaran conciencia del horror, y los que observaban lo comprendiesen, igual sucede con el estado actual de cosas en Inglaterra, donde la gente que más daño hace es la que trata de hacer más bien; […] la caridad degrada y desmoraliza. […] Es inmoral usar la propiedad privada a fin de aliviar los terribles males que resultan de la misma institución de la propiedad privada

-Oscar Wilde, El alma del hombre bajo el socialismo y notas periodísticas, Biblioteca Nueva, Madrid, 2002, p. 15.

martes, 28 de junio de 2022

RESENTIDO (cuento)

 RESENTIDO

17 de Mayo. Una noche fría; costaba respirar. Las calles, como en un escenario apocalíptico, se encontraban desiertas. Ni un alma deambulaba, con excepción de algún perro famélico o alguna patrulla policial. Quien se asomara por su ventana se encontraría con una realidad desconfortante, con una naturaleza ajena y hostil, un mundo verdaderamente inhabitable, y reinante soledad. La mayoría cerraba las cortinas para volverse a su cena, su serie de televisión, o su conversación con familiares. Se distanciaban de aquel mundo perturbador. Huían de la hostilidad, pero esto ya consistía de algo cotidiano. Una comodidad que siempre había sido garantía.

Ernesto no tenía a dónde huir. Sin hogar al que volver, sin cama en la que dormir, se encontraba envuelto en frazadas y aún así tiritando. Ni su larga barba le proporcionaba calor. Hacía unas horas un buen samaritano le había comprado un café cuyo vaso de plástico aún guardaba, más por el buen recuerdo que por utilidad. No sólo la buena acción le resultó reconfortante, pues eso en sí mismo no significaba nada. Personas con total indiferencia, incluso asco, podían realizar “buenas” acciones hacia gente en su situación, no por respeto hacia su dignidad, ni siquiera por lástima, pero para sentir que en sus inútiles vidas podían justificar sus creencias sobre ser una buena persona y ofrecer algo de valor. Ernesto jamás se quejaría de recibir ayuda, pero conocer sus motivos egoístas, ser utilizado como una herramienta para reparar la dañada autoestima moral de aquellas “almas caritativas” conseguía hacerlo sentir aún más aislado, aún mas solo y abandonado en calles repletas de personas que sólo lo quieren ver desaparecer.

El hombre del café no había sido así. Comenzó preguntando cómo se encontraba. Pregunta a todas miras estúpida, pues la respuesta era obvia, pero una formalidad aún así apreciada. Toda costumbre involucrando respeto solía omitirse al hablar con él. Ernesto no le ofreció demasiada conversación. Estaba cansado, hambriento, con frío y, aunque costara admitirlo, profundamente deprimido. Ya llevaba semanas sin sentir alegría. Precisamente antes en el mismo día comenzó a plantearse su suicidio. No la estaba pasando bien. No tenía energías para conversar.

Pero aún así el hombre insistió. Preguntó si quería algo. De comer, de tomar, lo que sea. Ernesto no respondió. Mientras más bondadosa la oferta, más desconfiaba. Quienes desean aparentar simpatía suelen ni siquiera conocer su verdadero significado. Creen que nace en el esfuerzo forzado, y no del verdadero interés. Sin embargo no fue esta la razón por la que Ernesto no habló. Desconfiaba, sí, ya era algo natural en él, pero su garganta le dolía, al hablar, al respirar, al tragar saliva. Intentó hablar pero no podía; el dolor era demasiado intenso. Unos débiles quejidos emergieron, y nada más. Fue en ese instante que Ernesto se dio cuenta de algo aterrador: no recordaba la última vez que había mantenido una conversación con alguien. Se había vuelto mudo sin ser consciente de ello. Al no tener interlocutor, había perdido la práctica de unas de las actividades más humanas.

A pesar de su silencio el hombre del café continuó intentando entablar conversación. Al no lograrlo, entró en un kiosco. Ernesto asumió que ya no lo volvería a ver; uno más de los cientos de rostros anónimos cuyas características estaban destinadas al olvido. Entonces su cuerpo emergió y con un pie dentro del negocio preguntó: “¿Qué tipo de café te gusta?”

Con apenas seis palabras, por un instante, Ernesto sintió su carga levantada. Ese deseo de autodestrucción, esa falta de humanidad, se encontró suspendida el suficiente tiempo para que lograra pronunciar: “Capuchino”, dijo con una voz rasposa, cuyos guturales sonidos hacía tiempo no escuchaba. Realmente nunca le había gustado el café, pero su madre era una fanática. De niño le costaba pronunciarlo bien, lo que la hacía estallar en carcajadas. Al crecer seguía pronunciándolo mal, a propósito, sólo para ver a su madre reír. El recuerdo le inspiró a hablar.

Un pulgar arriba y a los pocos minutos salió con el café en mano. “Me voy al laburo. Voy a volver a la noche. Si te quedás por acá y necesitás algo me decís. ¿Dale?”, dijo mientras se lo entregaba. Ernesto asintió. Lo esperó, en la misma calle, en el mimo lugar al lado del negocio, hasta el anochecer. Mantenía la esperanza, quizá ilusa, de volver a verlo. Al bajar el sol, las sombras de los transeúntes desaparecían, y la pesada carga volvía a inundar su pecho. No quería pensar en ello, pero su mente volvía y volvía a la pregunta: “¿Qué tipo de café te gusta?” Sentía en esas palabras un calor inexplicable.

No puede contaminar un espacio público.

Ernesto alzó la mirada. Un policía de unos 50 años le estaba observando fulminante.

¿No me escuchó? No puede contaminar un espacio público —repitió, y señaló el vaso de plástico en el piso. Ernesto no había notado que se le había caído. Tomó el vaso con obediencia—. Ahora tírelo a la basura.

Ernesto no comprendía.

¿Que sos? ¿Sordo? Mirá, justo allá, tenés un tacho —Señaló un tacho de basura a unos metros. Ernesto negó con la cabeza. No quería tirar el vaso—. Dale imbécil. Deberías estar agradecido que no te rajo de acá a patadas. Mínimo tirá tu propio basura. Vení que te ayudo.

Tomó a Ernesto del brazo y lo forzó a levantarse. Era un hombre mayor, pero con fuerza. Caminó con él hasta el basurero. Caminaba lento y con el vaso en la mano. Estaba cansado, y no tenía las energías para rebelarse, mucho menos en contra de un oficial. Le permitió llevarlo. Llegaron al tacho y el policía le sacó el vaso de la mano y lo tiró.

Así de fácil. No era tan complicado, ¿viste?

Inesperadamente, sin siquiera ser del todo consciente de ello, una lágrima escapó el ojo de Ernesto.

Estás… ¿llorando? —dijo el policía incrédulo—. ¿Por un vaso de mierda? —preguntó en medio de una incómoda risa—. Nunca pensé que un indigente sería así de sensible. Me los imaginaba un poco más fuertes de alma. Duros de corazón.

¿Por qué? —murmuró Ernesto—. ¿Por qué pensabas que yo era fuerte? ¿Por qué asumirías algo así?

El oficial tardó en responder. Escucharlo hablar lo había descolocado.

No lo asumía de vos en concreto. Tampoco te enojes. Es sólo que si uno pasa tanto tiempo en la calle terminás desarrollando ciertas defensas. Ya sabés, para afrontar la situación. Eso es todo.

¿No crees que lo empeora? Estar en la calle. Ser tan odiados como lo somos.

Sos un exagerado. Nadie los odia. Es sólo que… No importa.

¿Pensás que debería suicidarme?

Esta vez la pregunta lo dejó aún más descolocado. Tardó más de un minuto en responder. Miraba a la calle vacía, al piso. Nunca lo miró a los ojos. Parecía estarlo realmente pensando con mucha dificultad.

En tu situación, sin duda lo haría.

Ernesto ya sabía la respuesta, pero escucharlo fue como una punzada al corazón.

¿Por qué? —dijo sin mirarlo. Su voz estaba débil.

Es una vida de mierda. Andar pidiendo limosna, rogándoles a otros que te den el fruto de su difícil trabajo. Saber que nunca vas a lograr ser nada pero una carga para todos. Para tu familia y amigos que deben despreciarte, si es que todavía los tenés. Si no para ellos entonces para el Estado, que tiene que hacerse cargo de vos a regañadientes. Nadie te quiere. Además, sabés que no hay ningún valor en tu existencia. Si en todos tus años de vida lo único que lograste fue llegar a esto, el más absoluto fracaso, no es que hubieras tenido demasiado potencial para empezar. Sos como un humano viviendo una vida de rata. Es una tortura. No vale la pena.

Un largo silencio. Muchos escenarios cruzaron la cabeza de Ernesto. Algunos reales, como cuando asaltaron su hogar, despojándolo de todo, o cuando lo despidieron del trabajo porque a su edad ya no aguantaba trabajar 12 horas diarias. Otros escenarios eran fantasía, como agarrar al policía de la nuca y romperle el cráneo en contra del poste de luz. La sucesión era tan veloz como una bala. Hacía tiempo que no sentía su alma tan encendida.

Sos un hijo de puta. Sabelo —le respondió. El policía rió.

No es la primera vez que me lo dicen.

Quizá sea por algo. Te rodeás de personas muy perceptivas.

No sabía que además de indigente también eras payaso. Tenés que estar agradecido que no te estoy metiendo esta porra por el orto.

¿Es lo único que sabés hacer? ¿Ser un violento de mierda?

Y soy muy talentoso en ello. Es mi profesión. 30 años de experiencia—respondió sonriendo. Sus dientes amarillentos estaban ligeramente torcidos, y sus labios, ahora iluminados por el poste de luz, se veían completamente resecos.

Espero que no tengas hijos. Deben despreciarte. Sé de que hablo.

Todos sabemos que tuviste un padre de mierda. Es bastante evidente —dijo señalando los harapos con los que Ernesto andaba vestido.

Nunca en su vida Ernesto había sentido tal necesidad de asesinar a alguien. Era un impulso tan extremo, tan animal, tan íntegro en su alma, que se asustaba de sí mismo. No obedeció la peor parte de su alma. En su lugar, preguntó:

Para vos, ¿qué hace un policía?

Se veía extrañado.

¿Qué mierda pensás que hacemos? Defendemos a la justicia. Es nuestro deber. Defendemos a los ciudadanos. Incluso bolsas de mierda como vos.

Ernesto se tomó unos segundos. No quería pelear con el policía, pero estaba cansado de ser tan incansable y tortuosamente pisoteado.

Ustedes hacen que se cumpla la ley, ¿verdad?

Por supuesto —respondió con enojo latente.

¿Quienes escriben las leyes?

¿Qué? —parecía confundido.

¿Quienes escriben las leyes que hacés respetar?

El policía tardó en responder.

Este… Los abogados. ¿No?

Los políticos. Diputados y senadores. Ellos han definido cada ley en nuestro país. Todo lo que vos hacés, es obedeciendo la voluntad de los políticos.

Rió. La idea le parecía absurda.

Por supuesto que no. Esos políticos corruptos que se la pasan rascándose el culo todo el día no me dicen qué puedo y no puedo hacer. Esos tipos no tienen ninguna integridad moral; yo sí. Yo decido mis propias acciones.

No me estás escuchando. No te estás escuchando a vos mismo. Vos defendés la ley. La ley es escrito por el poder, por los políticos, quienes, según vos mismo, son corruptos, carecen de integridad moral. Utilizan ese poder para beneficiarse a ellos mismos. Los únicos intereses que esas leyes defienden son los suyos, no los nuestros; no los ciudadanos.

Incluso suponiendo que es cierto, yo no hago eso. Yo no salgo a la calle pensando en qué es mejor para los políticos. Al contrario. Quiero lo mejor para mi gente. Para mi familia y mis amigos. Para mi barrio. Sólo busco protegerlos. Nada más.

Ernesto no esperaba esa respuesta.

Querés proteger a tu comunidad. Lo entiendo. Lo respeto. Pero ese no es el rol del policía. Tu tarea, no como persona, sino como agente del Estado, es otra. Tenés que proteger la propiedad privada, el capital, la integridad de las clases sociales más aventajadas, que benefician a la sociedad. Los que tienen plata. Al resto, porra.

No. Para nada. Digamos… Sí, digamos que sí. Digamos que sí defiendo esas cosas. ¿Cuál es el problema? La gente que trabajó duro por sus propiedades merecen ser protegidas. Ellos son los mejores miembros de la sociedad, ellos sacan al país adelante. Se merecen todo nuestro respeto. Mientras tanto hay resentidos como vos que quieren robarles el fruto de su laburo sin merecerlo. Todavía peor, todos esos negros de mierda que van en grupo a asaltar a pobres viejas con dos pesos en la cartera. Yo estoy para proteger a la pobre anciana y romperles la jeta a esos criminales. ¿Cuál es el problema con eso? No hay mejor definición de justicia.

En otra época, cuando era más joven, Ernesto se habría encolerizado. Aquella estigmatización, aquel odio tan extremo lo habría vuelto loco. Sin embargo, ahora, tras años de escuchar las mismas palabras, los mismos argumentos, se había vuelto completamente insensibilizado. Ya no surtía efecto alguno en él. Tenía el alma tan apagada, tan entumecida, que ya no tenía significado.

No. Simplemente no. La gente con propiedades, terreno, capital no la ganó sólo trabajando. La ganó siendo dueños de empresas, de porcentajes de empresas, que maximizan beneficios pagando poco por muchas horas, empujando a sus trabajadores al borde de la muerte, siendo parte de una maquinaria indiferente a la miseria humana, en la que o pagas el precio que les genera riquezas, o te morís de hambre. Si venís de una familia de pocos ingresos, si te despidieron del trabajo y te costó encontrar otro, incluso si trabajás pero el salario es una miseria y no tenés mejores opciones, te quedás sin ropa, sin alimento, sin vivienda, sin educación, sin servicio médico. Los ricos abandonan a los pobres; o los explotan, o los dejan morir. Ese es el sistema de justicia que vos defendés.

A mí sólo me suena a que estás resentido.

Ernesto no dijo una palabra más. El policía tampoco. Volvió a su auto y se alejó. Ernesto se sentó en el mismo lugar donde se encontraba antes de ser interrumpido. Estaba cansado. Siempre lo mismo. No importaba cuánto se defendiera, cuánto defendiera a sus hermanos, siempre terminaba igual. Era como si no existiera salida. Sentía que ya era momento de aceptarlo. Se sentía frío, despegado de el mundo que antes tanto amaba. Por alguna razón, volvió a llorar. Un llanto largo, incómodo, feo. Un llanto como cuando era niño. Sentía las lágrimas congelarse al caer. Al parecer no estaba tan insensibilizado como creía. Su ilusión, su esperanza, estaba acabándose. Nunca pensó que dolería tanto.


-Nehuén Faggiano