domingo, 19 de abril de 2020

UN DÍA DEL SIGLO XXI (cuento)


    Archivé este cuento el año pasado. Es algo desagradable y experimental, está escrito en segunda persona, usa muchos paréntesis con conexiones freudianas, es un poco stream of consciousness y trata sobre una prostituta. Por lo menos es corto.

    Te despertaste sintiéndote sin vida, con un cuerpo extraño, foráneo, bruto e incómodo. Te preparaste un café. No tenías leche, por lo que terminó siendo negro. Le pediste al vecino que te dijera la hora: las tres menos cuarto. En el cenicero de tu novio encontraste medio cigarrillo, lo tomaste y prendiste, y luego fumaste; el cigarrillo te relajó. Todavía te quedaba algo de vodka, lo bebiste y lo golpeaste con rabia contra la pared. No recordabas por qué estabas tan mal (tu padre), pero aún así hiciste un desastre (tu novio). Cuando comenzaste a limpiar (tu amiga desde tu infancia) pensaste en que esta noche, como una forma de variar, podrías ponerte un vestido (la policía), pero te diste cuenta de que ningún cliente te querría así (tu tío). Dejaste la escoba con desgana y te tiraste a la cama a ver televisión, esperando a que el tiempo pasara (tus amigos, la que los parió).
    Al anochecer te pusiste la blusa roja y el short que le robaste a tu hermana hace algunos años. Saliste y te tomaste el colectivo al barrio más popular. El conductor te miró mal, pero no te importó, pues te sentías como una reina, algo corrupta, pero eso lo hacía más divertido.
    Entrada la noche y tras unos minutos de espera viste asomarse a un hombre gordo, con lentes de sol y traje de tres piezas. Luego de que te examinara de cabeza a pies (parando mucho en el recorrido) te silbó; quería que te acercaras. En su ventana le dijiste el precio sin más preámbulo. Lo viste reflexionar sobre el monto. “Tacaño de mierda.” pensaste. Finalmente aceptó, entraste al auto, le pediste la plata por adelantado y te la dio. Tras esto él se recostó sobre el asiento y esperó a que empezaras.
    Con algo de resignación, algo de cotidianidad, le abriste la cremallera y comenzaste a chupar. Se notaba que lo disfrutaba; chupabas bien. Notaste que le estabas dejando algo de labial, pero era probable que su esposa (la cual, debido a sus ingresos, seguramente tenía) no se lo veía desde hacia meses, así que no te preocupaste.
    Cuándo eyaculó intentaste que no cayera nada al piso, ya que éso no les solía gustar. Luego lo escupiste todo en un pañuelo que llevabas en el bolsillo. Cuándo intentaste salir te tomó de la muñeca; el gordo quería más. Se subió arriba tuyo y te quitó la blusa. Rápidamente te tumbo de cara contra el asiento y te quitó el short. Tenías miedo, no sabías cómo reaccionar, pero resignarse ya era costumbre, así que lo dejaste suceder.
    Se refregó continuamente contra tu culo con el vigor lamentable y desesperado que esos tipos solían demostrar. Te agarró de las tetas, pero las notó extrañas, plásticas. Te intentó agarrar de la concha, pero se encontró con algo inesperado. Notaste cómo la furia le invadía. Sentiste miedo.

    Dos días después te encontraron en el río, con la cabeza abierta y dos heridas que te atravesaban el torso. Ése día habrías cumplido dieciséis años.


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