Texto escrito como parte del ingreso a la carrera de Filosofía de la FFyH (UNC)
La tradición platónica plantea la ética como
separada de la realidad humana. Existen verdades morales incuestionables y
universales que no dependen de los deseos, necesidades o preocupaciones
terrenales de los seres humanos. La separación entre los ideales éticos y la
realidad humana es irreconciliable. Existe la versión “pura” e idealizada de la
realidad, ajena a la vida cotidiana y sus propios problemas éticos.
La
visión alternativa es la corriente de las creencias ordinarias, que propone
pensar las verdades éticas como únicas a cada cultura y sociedad, siendo
válidas siempre y cuando se perciban como válidas por los miembros de la
comunidad considerada. No es la tarea del filósofo validar o invalidar sus
creencias.
La
tradición terapéutica combina el poder crítico de la platónica con el
reconocimiento de las necesidades individuales y del valor de las creencias subjetivas
perteneciente la tradición de las creencias ordinarias. No cree que las
verdades éticas pueden relativizarse a cada cultura ni que al auto-diagnóstico
sea satisfactorio para tratar a un paciente. Plantea verdades filosóficas bien
fundamentadas, lógicas y válidas, pero intenta comprender la realidad del
paciente, pues desea sanar sus enfermedades; tiene un propósito no sólo teórico,
pero también práctico. Busca en el paciente una introspección reflexiva
dotándole a sus creencias y formas de vida mayor importancia que en la
tradición platónica, utilizando figuras retórica-literarias y la persuasión
para convencerlo de incorporar la verdad filosófica para encontrar su sanación.
No
se rechaza la lógica ni la buena argumentación, pero se reconocen que éstos son
insuficientes para causar efecto en los individuos, debido a que al no tratar
con sus emociones y creencias previas sólo causan rechazo o indiferencia. Los
argumentos terapéuticos parten de la particularidad de la vida del individuo hasta
conceptos más generales. Tratan los prejuicios del paciente, sus creencias
falsas, sus malos argumentos, sus confusiones respecto a la verdad y busca
hacer clara la distinción entre sus opiniones y el verdadero conocimiento. Modifica
a partir del contexto y se comprende el modo de vida del paciente. No permite
despegarse de lo particular y contingente, pero tampoco le basta con siempre
validar las creencias ordinarias, pues es un trabajo crítico con el sentido
común.
Así
la relación entre médico y paciente (filósofo/maestro y discípulo) se vuelve
dialógica. El maestro no sólo impone sino que también se deja modificar. El
conocimiento es un vínculo con otros, discutiendo, dialogando, preguntando y
respondiendo, contrastando perspectivas. El maestro posee mayor conocimiento y
sabiduría que el paciente, pero no impone dicho conocimiento. Se transmite a
través de la persuasión; sólo así se logra el “florecimiento” del discípulo y
es capaz de curar sus enfermedades. Se construye una verdad colectiva. La cita
reconoce esta doble tarea de los argumentos terapéuticos, ya que menciona la
necesidad de ser crítico con las creencias ordinarias mientras que el objetivo
último siempre será la sanación de las personas.
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