Texto escrito como parte del ingreso a la carrera de Filosofía en la FFyH (UNC)
En este breve texto hablaré sobre el “problema del conocimiento”, primero planteando el conflicto entre religión/ciencia y luego entre ciencia/filosofía. Cómo concebimos el conocimiento es una pregunta que define el pensamiento de cada civilización intentando responderla. Las mismas bases sociales dependen de los fundamentos de los que partimos para adquirir conocimientos sobre el mundo externo y sobre nosotros mismos. Nuestra relación con la naturaleza, nuestra tecnología, nuestra ambición como especie, nuestra metafísica todas dependen de la adquisición y uso del conocimiento.
Durante siglos en Europa todo conocimiento remitía (de diversas formas) al Dios cristiano. Siendo El Creador, todo fenómeno natural y espiritual se entendía a través de lentes religiosas. Incluso sobre el consenso religioso la pregunta de sobre qué método de adquisición de conocimiento se pusiera énfasis generaba debate (sensaciones o razón y los límites de ambos). Estaba claro que las formas religiosas tenían limitaciones para explicar el mundo, pues no se obtenía una fuente de conocimiento universalmente aceptada como legítima. Aquí surge el método científico, mucho más preciso a la hora de obtener datos objetivos sobre el mundo natural. Al mismo tiempo esta nueva cosmovisión presentaba sus propios problemas: la realidad humana, subjetiva, emocional y política quedaba apartada del nuevo mundo creado con la ciencia como única fuente de conocimiento. ¿Cómo adquirir conocimiento de, por ejemplo, el impacto de la desigualdad económica, a través de la física o la química? Existiendo conocimiento al que no se podía acceder utilizando ciencias naturales, alternativas comenzaban a surgir, algunas más científicas (ciencias sociales como la antropología, sociología o economía), algunas más versátiles y provocadoras (psicoanálisis o filosofía). Quedaba claro que ni la ciencia ni la religión eran capaces de abarcar (comprender y acceder a) todo el conocimiento humano. Además su impacto al volverse imperante arraigaría consecuencias no siempre positivas.
“El decantado progreso de la ciencia, lejos de contribuir al enriquecimiento y la elevación espiritual del hombre, se resuelve, en definitiva, en avasallante progreso material. La labor especializada de la ciencia beneficia materialmente a la civilización, pero al precio de la mutilación espiritual de los que hacen profesión con ella. La especialización científica, la llamada división del trabajo -especie de fiat utilitario de la civilización moderna- hace del hombre un autómata, transformando su inteligencia en un mecanismo inánime”. (Astrada, 1925)
Carlos Astrada describe el problema espiritual de la ciencia; a pesar de sus beneficios materiales, convierte al hombre en una pieza más de tecnología donde su inteligencia y capacidad para razonar sólo existen en capacidad de ejercer la función social del hombre (bajo el capitalismo, una función económica) y su humanidad resulta sacrificada. Sus deseos, sus preocupaciones no-materiales, su ética no pueden ser reconocidas bajo la limitada cosmovisión puramente científica. La ciencia se vuelve anti-humanística.
Como resultado obtenemos una sociedad materialmente avanzada y espiritualmente en crisis. Los problemas éticos son abandonados, pues al no poder obtener respuestas universales y objetivas no podemos confrontarlos con el método científico, cínicamente abandonados a los pareceres del poder político. Como individuos debemos dedicarnos a ser trabajadores y consumidores, disfrutando de los avances tecnológicos que nos ofrece la ciencia, volviéndose éstos más bien una distracción de nuestros problemas personales, nunca su solución. Esta sociedad no puede confrontar aquellos conflictos fuera del alcance de la ciencia, de manera que resulta incapacitada para satisfacer a sus comunidades.
Para concluir, las formas de obtener conocimiento no sólo nos ayudan a entender nuestro entorno, pero también lo definen. Precisamente al priorizar el conocimiento material externo nos olvidamos del interno y espiritual, parte esencial de la experiencia humana.
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