jueves, 15 de octubre de 2020

Una Muerte en Glasgow (Cuento Propio)

 Glasgow, Escocia - 2009

    Douglas Richardson murió en un accidente automovilístico tras escapar la policía mientras drogado.

    Rose, su madre, no sabía que pensar, o que sentir, sólo que había perdido la parte más importante de su vida adulta, aunque también la que más resentía. Se sirvió una copa de vino e intentó relajarse. Pensó en poner música, pero el silencio parecía más apropiado. Pensando sobre el protocolo a seguir recordó que debía comunicar al padre, por lo que prendió el teléfono para hacerlo. Sin embargo un mensaje de texto llamó su atención. Era un audio, proveniente de un número desconocido. Decía:

    "Hola. Soy Sarah. No se si me recuerda. Yo fui amiga de su hijo, de Doug. Hace unos años fui a su casa. No creo que me recuerde. Mire, si le soy honesta, no sé muy bien por qué le estoy llamando. Me enteré hace unos minutos que Doug murió, y no puedo dejar de pensar en ello. Doug no era... No sé si debería decirle esto a usted, a su madre, pero hay tanto que tengo que decir respecto a Doug, y usted debe ser la persona que lo entendió mejor. Si usted está en una mala situación emocional (que digo, seguramente lo está), no escuche este mensaje. Mis condolencias y todo eso. Lo siento, soy muy insensible. Perdón. Si quiere no escuche el audio, elimínelo o lo que quiera, pero yo quiero, no, tengo que seguir hablando. Sepa disculparme.

    Lo conocí cuando tenía doce años, en el instituto. Unos chicos dos años mayores jugaban al fútbol, y mis amigas y yo los veíamos desde lejos, imaginándonos con quién saldríamos en una cita. Hablábamos estupideces, como una hace a esa edad. Uno de los chicos nos notó y sonrió, lo que por supuesto nos ruborizó a todas. Al terminar el partido varios chicos se acercaron a conversar. Eran muy simpáticos, pero a mí me gustó uno callado, que sonreía incómodamente y asentía a todo lo que decíamos. Me resultó atractivo.

    Poco a poco, a lo largo de los años, desarrollamos una especie de relación. No éramos novios, nunca lo fuimos, pero tampoco amigos. Siempre había algo subyacente a nuestras conversaciones, una especie de ardor, de picardía. Sé que sueno como una chica tonta, quizá lo era. No lo sé. Cuándo yo tenía catorce él había cumplido diecisiete, y los chicos mayores siempre llaman más la atención a una muchacha pretendiendo ser madura. Cada vez que me reunía con él, en los descansos o fuera del horario escolar mis amigas rumoreaban cosas sobre nuestra relación. Siempre preguntaban si éramos novios, o si nos habíamos besado, o, la que más me ruborizaba, si habíamos tenido sexo. Esto me encantaba. Salir con Douglas me entregaba una reputación por la que previamente habría matado. En aquella época cosas como esta me importaban. El cómo otros te perciben solía ser lo único importante en mi vida social

    Un viernes, al terminar las clases, me pidió conversar con él. Nos sentamos en la escalera del instituto y me contó, con una energía que nunca antes había visto, que a la noche siguiente sus padres no estarían, y que tendría la casa para él solo. Comprendí que me estaba invitando, y una casa sola al anochecer tiene unas connotaciones que incluso a esa edad no se me escapaban. La idea me atraía, y no pensé demasiado antes de aceptar. Recuerdo su sonrisa al escuchar mi respuesta.

    Durante aquella tarde, y la mañana siguiente, me encontré nerviosa. Quizá este sería el día en que perdería mi virginidad, y no sabía cómo sentirme al respecto. Aún así, les mentí a mis padres, contándoles que dormiría en la casa de una amiga, y esperé a que Douglas me recogiera. Durante el viaje lo noté extraño, distinto, más callado. Fue algo incómodo, pero no le presté atención. Le pedí que pusiera la radio que pasaba punk, el género que más me gustaba en el momento. Él lo hizo, y la música me distrajo.

    Cuándo entramos a su hogar lo primero que hizo fue abrir dos latas de cerveza. Me terminé la mía en un trago para impresionarlo. Esto le encantó, lo que me hizo sentir mejor, madura, merecedora de Douglas. Continuamos charlando por varios minutos, tomando dos o tres latas más cada uno, hasta que me pidió subir a su habitación. Fue entonces que comencé a sentirme más nerviosa, más tímida, pero lo simulé lo mejor que podía. Subimos, y tras cruzar la puerta Doug comenzó a besarme. Intenté intenté dejarme llevar. Doug comenzó a desvestirme y a tocarme la entrepierna. Yo, asustada, intenté alejarme de él, quise decirle que esperara un poco, pero me agarró del brazo con firmeza, atrapándome y... y tocándome en todo el cuerpo. Intentó desvestirme. Yo estaba asustada. Le dije basta, y no me escuchó. Luego le grité, y me volvió a ignorar. Tomé mi ropa y salí corriendo. Por suerte las puertas se encontraban abiertas, y corrí sin comprobar que me siguiera. Creo que estaba llorando.

    Tras correr media cuadra él me alcanzó, me agarró del hombro y me empujó hacia el piso. Cuando intenté levantarme me golpeó en la cara. Yo me mantuve a sus pies. Él comenzó a gritarme cosas que no me gustaría repetir.

    Entonces llegó usted. No recuerdo que hizo. Me sentía muy dolida, muy traumatizada para prestar atención, pero sé que le gritó y recriminó lo que me hizo. Una de las cosas que creo haber registrado fue: "Tu abuelo estaría avergonzado de saber lo poco hombre que eres." Recuerdo esto porque él me había hablado de su abuelo, un héroe de una de esas guerras de las que nos enseñan en el colegio. Lo recuerdo porque sé que le debe haber dolido.

    Para cuando usted me ayudó a levantarme Douglas ya se había desvanecido. Usted me llevó a su auto, me ayudó a vestirme y a calmarme. Creo que durante los primeros minutos no me dijo nada, sólo me ayudó en silencio. Tras un tiempo me dio una botella de agua, y me preguntó si fumaba. Yo no le respondí, y me dejó el cigarrillo y el encendedor en la guantera. Usted salió del auto y me dejó sola. Yo comencé a fumar, pues estaba muy alterada, y tardé varios minutos en darme cuenta de que no debería estar fumando a puertas cerradas, pero no tenía las fuerzas para salir del auto, y estaba muy avergonzada para disculparme. En retrospectiva esto me da un poco de gracia. Supongo que tras tanto tiempo se merece una disculpa. Perdón por haber fumado dentro de su auto. Tras la muerte de su hijo poco le importa, pero bueno...

    Sé que me preguntó qué le había dicho a mis padres, y que cuando se lo conté me dejó dormir en su auto. Recuerdo que me dio un libro, creo que de Agatha Christie. Me costó tanto dormir que me lo terminé aquella noche. Fue un lindo detalle, el libro. Mientras leía escuché gritos que venían de su casa, entre usted y su hijo. Cansada, intenté no pensar en ello; seguía bastante asustada. Al día siguiente él se había ido, y usted me ayudó a bañarme en su hogar, y comimos desayuno juntas. Luego me llevó a la casa de mis padres. No hablamos en todo el día, más allá de una cuantas palabras cordiales. No recuerdo si le dije gracias. En todo caso, ahora me gustaría agradecerle. Me ayudó mucho esa noche. Lamento, si ha escuchado todo este tiempo, mi tedioso monólogo. Espero que no le haya resultado tan insufrible. Espero también que Douglas haya mejorado, antes de morir. Honestamente lo dudo.

    Siento haberle molestado con mis tragedias, la suya ya es bastante grande. En todo caso, reitero: gracias por todo. Adiós."

    Tras pensarlo un poco, Rose decidió responder con el siguiente mensaje:

    "Sarah, eres una heroína, y él era una alimaña. Espero que con su muerte puedas abandonar una tan trágica experiencia."

    No recibió respuesta.


    En los días venideros Rose tomó licencia y viajó a Glasgow, donde enterraría a su hijo. Durante ese tiempo se encargó de los asuntos legales, se aseguró de notificar a cualquier persona con potencial interés de asistir al funeral, incluyendo, un poco a su pesar, a los amigos de Doug. Organizó el evento con eficiencia; duraría sólo dos horas, no tendría ningún aspecto religioso, y consistiría sólo en Rose y un asistente encargándose de los invitados, un reflexión ante el entierro, oportunidad para hablar del difunto y una despedida. El proceso le pareció incómodo, suponía que por la carencia de aflicción alguna. El entierro sería aún peor, por lo que prefería evitarse largas conversaciones filosóficas con familiares que apenas reconocía, o sollozos teatrales y exagerados para conseguir atención y simpatía. Nadie amaba a Doug.No realmente. Y no dejaría que nadie pretendiera lo contrario. Aquél funeral se ejecutaría por el poco respeto que sentía hacia él; por nada más.

    Tras dos días en la ciudad sólo restaba un trámite: escribir el tributo que abriría el funeral, y la reflexión que lo cerraría. Rose suspiró. Resentía el verse forzada a darle significado, y aún peor, un significado positivo, a la muerte de una persona tan desagradable. Si reconocía los errores de su hijo el público lo tomaría como una falta de consideración (De mortuis nil nisi bonum, a los muertos sólo se los debe elogiar), pero si las ignoraba se vería percibida como deshonesta. La mentira y pretensión moral le daba arcadas. Además, cómo puede uno dar inicio y luego conclusión a una muerte. No hay ningún significado, ninguna narrativa; un joven estúpido y violento actuó de manera irresponsable y pagó las consecuencias con su vida. Esa era la verdad, pero no se siente armoniosa, ni digna. Mientras más reflexionaba sobre su situación más poco merecedora parecía de una reflexión. Nada presente en la muerte de su hijo presentaba problemas a solucionar, o temas a discutir, o sentido para extraer. ¿Cuál era el punto de mentir? No era una tragedia, era lo esperable, y quizá, entre las alternativas, el mejor incluso el mejor resultado. Pero no podía decir eso. No podía decir nada de lo que estaba pensando. Quizá podría pretender ser una madre traumatizada, y pasar las dos horas en silencio. Hasta ahora parecía la mejor opción.

    Una distracción vino a salvarla: su esposo. Lo invitó a sentarse en el salón de la pequeña casa que había alquilado por la semana. Preparó té y le sirvió. El hombre olía a cerveza, y vestía con unos jeans viejos, rotos del uso, y una camisa descolorida. Profundas ojeras y una barba descuidada completaban la imagen de un miserable confrontando una ruina económica y una crisis emocional simultáneamente. Se lo veía verdaderamente triste, impactado por la noticia. Aunque ya conocía la trampa Rose no podía evitar, al verlo, sentir lástima por él.

    “Cómo te vienes sintiendo.” Preguntó ella.

    “No lo sé.” Contestó. “Es extraño. Todo esto es extraño. Yo mismo me volví un extraño, para él, para Doug, y para mí mismo. Soy un extraño. Además, no sabes cuánto lo extraño.” Rose sonrió, pero al notar la mirada confundida de su esposo intentó parecer solemne.

    “Sí. A mí también me sucede, sí.” Dijo. Notó que el tono de su voz había cambiado, se había vuelto más profundo, pero también más artificial. El intentar engañar a su esposo sobre el impacto de la muerte de su hijo ya era suficientemente absurdo, pero fracasar en ello se sentía humillante.

    Él continuó como si no lo hubiera notado:

    “Nuestra relación siempre tuvo momentos buenos y malos, y lamentablemente siempre nos inclinamos a recordar los malos. Cuando me enteré de lo que sucedió llevaba meses sin hablar con él. Bueno, eso es mentira, me pidió dinero dos o tres veces, pero me entiendes. Me gustaría haber echo las paces. Ahora un sentimiento de culpa me carcome por dentro.”

    “¿Que le habrías dicho?” Preguntó Rose con una cara de interés que casi resultaba convincente.

    “Bueno... Este... No lo sé. Supongo que le habría perdonado." Rose casi se ahoga.

    "¿Lo hubieras perdonado?" Dijo.

    "Sí. Le hubiera dicho que a pesar de todo lo que me hizo, que aún así lo considero mi hijo, y que quiero verlo crecer junto a mí."

    Tras unos segundos de silencio, Rose dijo: "¿Recuerdas el cumpleaños número 10 de Doug?"

    "No, creo que estaba en un viaje de negocios."

    "¿Recuerdas el número 20?" Él volvió a negar. "¿Y cuál fue tu cumpleaños favorito de Doug?"

    Tras pensarlo por alrededor de un minuto, su esposo respondió: "La pasamos muy bien cuando fuimos a Disneyland." "Ese fue un cumpleaños tuyo. Y fuiste con una novia, no con Doug." "Oh... Es cierto. ¿Fui con Michaela?"

    "Creo que fue con Katherine."

    "¿Estás segura de que no fuimos juntos nosotros dos?"

    "Lo estoy."

    Él asintió y tomó un sorbo de su té.

    Durante el resto de la reunión la pasaron firmando papeles y resolviendo detalles del funeral. Para su sorpresa el hombre que pasó su vida tan distanciado de su familia se demostraba interesado y predispuesto a pagar los costos de la muerte de su hijo. Parecía, aunque no se hubiera dado cuenta, haber renacido como un padre que siente el deber de responsabilizarse por sus acciones pasadas. Si no hubiera olido a pescado podrido este cambio le hubiera resultado conmovedor.

    Tras una o dos horas se fue, y Rose quedó sola en una casa desconocida, con una bebida fría y una reflexión a escribir. Respecto a esta tarea se sentía tan desmotivada como indiferente. Cansada, se rindió al destino. "Que lo que tenga que suceder suceda. A este punto ya poco me importa." Pensó antes de irse a dormir.


    Nadie la familia asistió al funeral. Ni los abuelos, ni los primos, ni siquiera el padre. Rose recordó, con ironía, que creía que el resto de la familia se enfadarían con ella si era irrespetuosa ante el muerto. No debería ni haberse molestado en o una ceremonia. Al menos los amigos de Douglas, algunos de los cuales lo acompañaban en el vehículo que lo mató, si asistieron. En total eran ella misma, seis chicos y tres chicas, todos veintiañeros. Se los notaba claramente incómodos, pero al menos se comportaban con educación. Saludaban, daban sus pésames y dejaban flores en la tumba. Era cierto que muchas eran de plástico, y había notado a una pareja robar rosas de una tumba vecina, pero al menos era un lindo detalle. Los hombres iban de traje, los cuales contrastaban simpáticamente con los tatuajes de prostitutas que llevaban en el cuello, y las mujeres vestidos negros, con velos que ocultaban el inapropiadamente exagerado maquillaje gótico. Al reflexionar, casi que prefería aquella situación, pues aquí no se vislumbraba la posibilidad de hipocresía. Las únicas personas que respetaba el estilo de vida de Douglas eran jóvenes drogadictos, por lo tanto eran los únicos a quienes su muerte causaría un impacto. Un funeral con jóvenes así creaba una pesadez agradablemente ligera, incapaz de deprimir a una cuarentona como Rose; ella necesitaba algo mucho peor para arruinar su día.

    Un grupo de dos muchachos y una chica adolescente se le acercaron.

    "Hola, señora." Dijo uno. "Mis condolencias."

    "Mis condolencias." Repitieron los otros dos.

    El primero continuó:

    "Nos preguntábamos si necesitaba algo, en temas de organización. Queremos ayudar en todo lo posible."

    "Oh, no se preocupen." Contestó Rose. "No parece que vaya a asistir ningún otro familiar, y yo no tengo las energías, o, si soy sincera, las ganas de intentar que esto sea más ceremonioso de lo que necesita serlo. Creo que en unos minutos voy a agradecer a quienes vinieron y terminar con el funeral."

    Uno de los chicos reaccionó confundido, diciendo:

    "Pensábamos que este horario era sólo para amigos, y más tarde vendría la familia."

    Rose sonrió cabizbaja; los tres comprendieron el mensaje. Los chicos comenzaron a retirarse, pero la chica se mantuvo en su lugar.

    "¿Todo bien, querida?" Preguntó Rose.

    La muchacha contestó:

    "No lo sé. Todo esto parece... muy poco. Una vida se perdió trágicamente, pero tratamos el evento como si fuera insignificante. ¿Fue todo una pérdida de tiempo?" Miró a Rose con los ojos de un cachorro atropellado, Ella se sintió petrificada. Quería terminar con su sufrimiento, pero no se atrevía a hacerlo. Los chicos, también, se quedaron callados. "¿Fumás?" Preguntó Rose. La chica asintió, y le pasó un cigarrillo. Fumaron por un rato, hasta que un organizador les dijo que, debido a que muchos de los muertos en el cementerio eran víctimas del cáncer de pulmón, podrían haber "ciertas personas" que lo considerarían irrespetuoso. Continuaron en la calle. Pasaron veinte o treinta minutos, tras los cuales la chica le agradeció y se fue. Cuando Rose volvió al cementerio ya no quedaba nadie. A lo lejos, a unos cincuenta metros, conseguía ver a su marido, con una botella de vodka en la mano, arrodillado lloriqueando ante un tumba. Esta por cierto, estaba lejos de ser la de su hijo. Decidió que era mejor no molestarlo.

    Volvió a salir, prendiendo otro cigarrillo, pensando en que, si tenía suerte y sentido común, aquella sería la última vez que pisaría la tumba del qurido Dogulas. Esto era cruel, y por primera vez desde enterarse de la noticia sintió algo de culpa. Quizá no debería haberla sentido, pero allí estaba, irritando su brújula moral.

    En casa se preparó un té de durazno. Era un día frío, y la bebida la confortó. Ya cansada de pensar en la muerte, en familiares, en la ausencia de familiares, y de responsabilidad como madre o como hijo o como padre o como amigo, prendió la televisión para ver una película.

    Llegó en la última media hora, encontrándose con un grupo de hombres en coloridos disfraces luchando contra un gordo villano. Él disparó un arma contra el protagonista, pero un muchacho vestido con colores similares se interpuso ante éste y la bala, recibiendo el impacto. Cuándo consiguieron derrotar al malo la triste música indicaba que era el momento de la escena trágica. El protagonista lloraba la muerte de su amigo, dando un largo discurso sobre cómo ayudó a salvar el mundo o algo similar, pero para entonces Rose ya se había quedado dormida.

-Nehuén Faggiano Becker.

Córdoba, Argentina. 2020.

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