Glasgow, Escocia - 2009
Douglas
Richardson murió en un accidente automovilístico tras escapar la
policía mientras drogado.
Rose,
su madre, no sabía que pensar, o que sentir, sólo que había
perdido la parte más importante de su vida adulta, aunque también
la que más resentía. Se sirvió una copa de vino e intentó
relajarse. Pensó en poner música, pero el silencio parecía más
apropiado. Pensando sobre el protocolo a seguir recordó que debía
comunicar al padre, por lo que prendió el teléfono para hacerlo.
Sin embargo un mensaje de texto llamó su atención. Era un audio,
proveniente de un número desconocido. Decía:
"Hola.
Soy Sarah. No se si me recuerda. Yo fui amiga de su hijo, de Doug.
Hace unos años fui a su casa. No creo que me recuerde. Mire, si le
soy honesta, no sé muy bien por qué le estoy llamando. Me enteré
hace unos minutos que Doug murió, y no puedo dejar de pensar en
ello. Doug no era... No sé si debería decirle esto a usted, a su
madre, pero hay tanto que tengo que decir respecto a Doug, y usted
debe ser la persona que lo entendió mejor. Si usted está en una
mala situación emocional (que digo, seguramente lo está), no
escuche este mensaje. Mis condolencias y todo eso. Lo siento, soy muy
insensible. Perdón. Si quiere no escuche el audio, elimínelo o lo
que quiera, pero yo quiero, no, tengo que seguir hablando. Sepa
disculparme.
Lo
conocí cuando tenía doce años, en el instituto. Unos chicos dos
años mayores jugaban al fútbol, y mis amigas y yo los veíamos
desde lejos, imaginándonos con quién saldríamos en una cita.
Hablábamos estupideces, como una hace a esa edad. Uno de los chicos
nos notó y sonrió, lo que por supuesto nos ruborizó a todas. Al
terminar el partido varios chicos se acercaron a conversar. Eran muy
simpáticos, pero a mí me gustó uno callado, que sonreía
incómodamente y asentía a todo lo que decíamos. Me resultó
atractivo.
Poco
a poco, a lo largo de los años, desarrollamos una especie de
relación. No éramos novios, nunca lo fuimos, pero tampoco amigos.
Siempre había algo subyacente a nuestras conversaciones, una especie
de ardor, de picardía. Sé que sueno como una chica tonta, quizá lo
era. No lo sé. Cuándo yo tenía catorce él había cumplido
diecisiete, y los chicos mayores siempre llaman más la atención a
una muchacha pretendiendo ser madura. Cada vez que me reunía con él,
en los descansos o fuera del horario escolar mis amigas rumoreaban
cosas sobre nuestra relación. Siempre preguntaban si éramos
novios, o si nos habíamos besado, o, la que más me ruborizaba, si
habíamos tenido sexo. Esto me encantaba. Salir con Douglas me
entregaba una reputación por la que previamente habría matado. En
aquella época cosas como esta me importaban. El cómo otros te
perciben solía ser lo único importante en mi vida social
Un
viernes, al terminar las clases, me pidió conversar con él. Nos
sentamos en la escalera del instituto y me contó, con una energía
que nunca antes había visto, que a la noche siguiente sus padres no
estarían, y que tendría la casa para él solo. Comprendí que me
estaba invitando, y una casa sola al anochecer tiene unas
connotaciones que incluso a esa edad no se me escapaban. La idea me
atraía, y no pensé demasiado antes de aceptar. Recuerdo su sonrisa
al escuchar mi respuesta.
Durante
aquella tarde, y la mañana siguiente, me encontré nerviosa. Quizá
este sería el día en que perdería mi virginidad, y no sabía cómo
sentirme al respecto. Aún así, les mentí a mis padres, contándoles
que dormiría en la casa de una amiga, y esperé a que Douglas me
recogiera. Durante el viaje lo noté extraño, distinto, más
callado. Fue algo incómodo, pero no le presté atención. Le pedí
que pusiera la radio que pasaba punk, el género que más me gustaba
en el momento. Él lo hizo, y la música me distrajo.
Cuándo
entramos a su hogar lo primero que hizo fue abrir dos latas de
cerveza. Me terminé la mía en un trago para impresionarlo. Esto le
encantó, lo que me hizo sentir mejor, madura, merecedora de Douglas.
Continuamos charlando por varios minutos, tomando dos o tres latas
más cada uno, hasta que me pidió subir a su habitación. Fue
entonces que comencé a sentirme más nerviosa, más tímida, pero lo
simulé lo mejor que podía. Subimos, y tras cruzar la puerta Doug
comenzó a besarme. Intenté intenté dejarme llevar. Doug comenzó a
desvestirme y a tocarme la entrepierna. Yo, asustada, intenté
alejarme de él, quise decirle que esperara un poco, pero me agarró
del brazo con firmeza, atrapándome y... y tocándome en todo el
cuerpo. Intentó desvestirme. Yo estaba asustada. Le dije basta, y no
me escuchó. Luego le grité, y me volvió a ignorar. Tomé mi ropa y
salí corriendo. Por suerte las puertas se encontraban abiertas, y
corrí sin comprobar que me siguiera. Creo que estaba llorando.
Tras
correr media cuadra él me alcanzó, me agarró del hombro y me
empujó hacia el piso. Cuando intenté levantarme me golpeó en la
cara. Yo me mantuve a sus pies. Él comenzó a gritarme cosas que no
me gustaría repetir.
Entonces
llegó usted. No recuerdo que hizo. Me sentía muy dolida, muy
traumatizada para prestar atención, pero sé que le gritó y
recriminó lo que me hizo. Una de las cosas que creo haber registrado
fue: "Tu abuelo estaría avergonzado de saber lo poco hombre que
eres." Recuerdo esto porque él me había hablado de su abuelo,
un héroe de una de esas guerras de las que nos enseñan en el
colegio. Lo recuerdo porque sé que le debe haber dolido.
Para
cuando usted me ayudó a levantarme Douglas ya se había desvanecido.
Usted me llevó a su auto, me ayudó a vestirme y a calmarme. Creo
que durante los primeros minutos no me dijo nada, sólo me ayudó en
silencio. Tras un tiempo me dio una botella de agua, y me preguntó
si fumaba. Yo no le respondí, y me dejó el cigarrillo y el
encendedor en la guantera. Usted salió del auto y me dejó sola. Yo
comencé a fumar, pues estaba muy alterada, y tardé varios minutos
en darme cuenta de que no debería estar fumando a puertas cerradas,
pero no tenía las fuerzas para salir del auto, y estaba muy
avergonzada para disculparme. En retrospectiva esto me da un poco de
gracia. Supongo que tras tanto tiempo se merece una disculpa. Perdón
por haber fumado dentro de su auto. Tras la muerte de su hijo poco le
importa, pero bueno...
Sé
que me preguntó qué le había dicho a mis padres, y que cuando se
lo conté me dejó dormir en su auto. Recuerdo que me dio un libro,
creo que de Agatha Christie. Me costó tanto dormir que me lo terminé
aquella noche. Fue un lindo detalle, el libro. Mientras leía escuché
gritos que venían de su casa, entre usted y su hijo. Cansada,
intenté no pensar en ello; seguía bastante asustada. Al día
siguiente él se había ido, y usted me ayudó a bañarme en su
hogar, y comimos desayuno juntas. Luego me llevó a la casa de mis
padres. No hablamos en todo el día, más allá de una cuantas
palabras cordiales. No recuerdo si le dije gracias. En todo caso,
ahora me gustaría agradecerle. Me ayudó mucho esa noche. Lamento,
si ha escuchado todo este tiempo, mi tedioso monólogo. Espero que no
le haya resultado tan insufrible. Espero también que Douglas haya
mejorado, antes de morir. Honestamente lo dudo.
Siento
haberle molestado con mis tragedias, la suya ya es bastante grande.
En todo caso, reitero: gracias por todo. Adiós."
Tras
pensarlo un poco, Rose decidió responder con el siguiente mensaje:
"Sarah,
eres una heroína, y él era una alimaña. Espero que con su muerte
puedas abandonar una tan trágica experiencia."
No
recibió respuesta.
En
los días venideros Rose tomó licencia y viajó a Glasgow, donde
enterraría a su hijo. Durante ese tiempo se encargó de los asuntos
legales, se aseguró de notificar a cualquier persona con potencial
interés de asistir al funeral, incluyendo, un poco a su pesar, a los
amigos de Doug. Organizó el evento con eficiencia; duraría sólo
dos horas, no tendría ningún aspecto religioso, y consistiría sólo
en Rose y un asistente encargándose de los invitados, un reflexión
ante el entierro, oportunidad para hablar del difunto y una
despedida. El proceso le pareció incómodo, suponía que por la
carencia de aflicción alguna. El entierro sería aún peor, por lo
que prefería evitarse largas conversaciones filosóficas con
familiares que apenas reconocía, o sollozos teatrales y exagerados
para conseguir atención y simpatía. Nadie amaba a Doug.No
realmente. Y no dejaría que nadie pretendiera lo contrario. Aquél
funeral se ejecutaría por el poco respeto que sentía hacia él; por
nada más.
Tras
dos días en la ciudad sólo restaba un trámite: escribir el tributo
que abriría el funeral, y la reflexión que lo cerraría. Rose
suspiró. Resentía el verse forzada a darle significado, y aún
peor, un significado positivo, a la muerte de una persona tan
desagradable. Si reconocía los errores de su hijo el público lo
tomaría como una falta de consideración (De mortuis nil nisi
bonum, a los muertos sólo se los debe elogiar), pero si las
ignoraba se vería percibida como deshonesta. La mentira y pretensión
moral le daba arcadas. Además, cómo puede uno dar inicio y luego
conclusión a una muerte. No hay ningún significado, ninguna
narrativa; un joven estúpido y violento actuó de manera
irresponsable y pagó las consecuencias con su vida. Esa era la
verdad, pero no se siente armoniosa, ni digna. Mientras más
reflexionaba sobre su situación más poco merecedora parecía de una
reflexión. Nada presente en la muerte de su hijo presentaba
problemas a solucionar, o temas a discutir, o sentido para extraer.
¿Cuál era el punto de mentir? No era una tragedia, era lo
esperable, y quizá, entre las alternativas, el mejor incluso el
mejor resultado. Pero no podía decir eso. No podía decir nada de lo
que estaba pensando. Quizá podría pretender ser una madre
traumatizada, y pasar las dos horas en silencio. Hasta ahora parecía
la mejor opción.
Una
distracción vino a salvarla: su esposo. Lo invitó a sentarse en el
salón de la pequeña casa que había alquilado por la semana.
Preparó té y le sirvió. El hombre olía a cerveza, y vestía con
unos jeans viejos, rotos del uso, y una camisa descolorida. Profundas
ojeras y una barba descuidada completaban la imagen de un miserable
confrontando una ruina económica y una crisis emocional
simultáneamente. Se lo veía verdaderamente triste, impactado por la
noticia. Aunque ya conocía la trampa Rose no podía evitar, al
verlo, sentir lástima por él.
“Cómo
te vienes sintiendo.” Preguntó ella.
“No
lo sé.” Contestó. “Es extraño. Todo esto es extraño. Yo mismo
me volví un extraño, para él, para Doug, y para mí mismo. Soy un
extraño. Además, no sabes cuánto lo extraño.” Rose sonrió,
pero al notar la mirada confundida de su esposo intentó parecer
solemne.
“Sí.
A mí también me sucede, sí.” Dijo. Notó que el tono de su voz
había cambiado, se había vuelto más profundo, pero también más
artificial. El intentar engañar a su esposo sobre el impacto de la
muerte de su hijo ya era suficientemente absurdo, pero fracasar en
ello se sentía humillante.
Él
continuó como si no lo hubiera notado:
“Nuestra
relación siempre tuvo momentos buenos y malos, y lamentablemente
siempre nos inclinamos a recordar los malos. Cuando me enteré de lo
que sucedió llevaba meses sin hablar con él. Bueno, eso es mentira,
me pidió dinero dos o tres veces, pero me entiendes. Me gustaría
haber echo las paces. Ahora un sentimiento de culpa me carcome por
dentro.”
“¿Que
le habrías dicho?” Preguntó Rose con una cara de interés que
casi resultaba convincente.
“Bueno...
Este... No lo sé. Supongo que le habría perdonado." Rose casi
se ahoga.
"¿Lo
hubieras perdonado?" Dijo.
"Sí.
Le hubiera dicho que a pesar de todo lo que me hizo, que aún así lo
considero mi hijo, y que quiero verlo crecer junto a mí."
Tras
unos segundos de silencio, Rose dijo: "¿Recuerdas el cumpleaños
número 10 de Doug?"
"No,
creo que estaba en un viaje de negocios."
"¿Recuerdas
el número 20?" Él volvió a negar. "¿Y cuál fue tu
cumpleaños favorito de Doug?"
Tras
pensarlo por alrededor de un minuto, su esposo respondió: "La
pasamos muy bien cuando fuimos a Disneyland." "Ese fue un
cumpleaños tuyo. Y fuiste con una novia, no con Doug." "Oh...
Es cierto. ¿Fui con Michaela?"
"Creo
que fue con Katherine."
"¿Estás
segura de que no fuimos juntos nosotros dos?"
"Lo
estoy."
Él
asintió y tomó un sorbo de su té.
Durante
el resto de la reunión la pasaron firmando papeles y resolviendo
detalles del funeral. Para su sorpresa el hombre que pasó su vida
tan distanciado de su familia se demostraba interesado y predispuesto
a pagar los costos de la muerte de su hijo. Parecía, aunque no se
hubiera dado cuenta, haber renacido como un padre que siente el deber
de responsabilizarse por sus acciones pasadas. Si no hubiera olido a
pescado podrido este cambio le hubiera resultado conmovedor.
Tras
una o dos horas se fue, y Rose quedó sola en una casa desconocida,
con una bebida fría y una reflexión a escribir. Respecto a esta
tarea se sentía tan desmotivada como indiferente. Cansada, se rindió
al destino. "Que lo que tenga que suceder suceda. A este punto
ya poco me importa." Pensó antes de irse a dormir.
Nadie
la familia asistió al funeral. Ni los abuelos, ni los primos, ni
siquiera el padre. Rose recordó, con ironía, que creía que el
resto de la familia se enfadarían con ella si era irrespetuosa ante
el muerto. No debería ni haberse molestado en o una ceremonia. Al
menos los amigos de Douglas, algunos de los cuales lo acompañaban en
el vehículo que lo mató, si asistieron. En total eran ella misma,
seis chicos y tres chicas, todos veintiañeros. Se los notaba
claramente incómodos, pero al menos se comportaban con educación.
Saludaban, daban sus pésames y dejaban flores en la tumba. Era
cierto que muchas eran de plástico, y había notado a una pareja
robar rosas de una tumba vecina, pero al menos era un lindo detalle.
Los hombres iban de traje, los cuales contrastaban simpáticamente
con los tatuajes de prostitutas que llevaban en el cuello, y las
mujeres vestidos negros, con velos que ocultaban el inapropiadamente
exagerado maquillaje gótico. Al reflexionar, casi que prefería
aquella situación, pues aquí no se vislumbraba la posibilidad de
hipocresía. Las únicas personas que respetaba el estilo de vida de
Douglas eran jóvenes drogadictos, por lo tanto eran los únicos a
quienes su muerte causaría un impacto. Un funeral con jóvenes así
creaba una pesadez agradablemente ligera, incapaz de deprimir a una
cuarentona como Rose; ella necesitaba algo mucho peor para arruinar
su día.
Un
grupo de dos muchachos y una chica adolescente se le acercaron.
"Hola,
señora." Dijo uno. "Mis condolencias."
"Mis
condolencias." Repitieron los otros dos.
El
primero continuó:
"Nos
preguntábamos si necesitaba algo, en temas de organización.
Queremos ayudar en todo lo posible."
"Oh,
no se preocupen." Contestó Rose. "No parece que vaya a
asistir ningún otro familiar, y yo no tengo las energías, o, si soy
sincera, las ganas de intentar que esto sea más ceremonioso de lo
que necesita serlo. Creo que en unos minutos voy a agradecer a
quienes vinieron y terminar con el funeral."
Uno
de los chicos reaccionó confundido, diciendo:
"Pensábamos
que este horario era sólo para amigos, y más tarde vendría la
familia."
Rose
sonrió cabizbaja; los tres comprendieron el mensaje. Los chicos
comenzaron a retirarse, pero la chica se mantuvo en su lugar.
"¿Todo
bien, querida?" Preguntó Rose.
La
muchacha contestó:
"No
lo sé. Todo esto parece... muy poco. Una vida se perdió
trágicamente, pero tratamos el evento como si fuera insignificante.
¿Fue todo una pérdida de tiempo?" Miró a Rose con los ojos de
un cachorro atropellado, Ella se sintió petrificada. Quería
terminar con su sufrimiento, pero no se atrevía a hacerlo. Los
chicos, también, se quedaron callados. "¿Fumás?"
Preguntó Rose. La chica asintió, y le pasó un cigarrillo. Fumaron
por un rato, hasta que un organizador les dijo que, debido a que
muchos de los muertos en el cementerio eran víctimas del cáncer de
pulmón, podrían haber "ciertas personas" que lo
considerarían irrespetuoso. Continuaron en la calle. Pasaron veinte
o treinta minutos, tras los cuales la chica le agradeció y se fue.
Cuando Rose volvió al cementerio ya no quedaba nadie. A lo lejos, a
unos cincuenta metros, conseguía ver a su marido, con una botella de
vodka en la mano, arrodillado lloriqueando ante un tumba. Esta por
cierto, estaba lejos de ser la de su hijo. Decidió que era mejor no
molestarlo.
Volvió
a salir, prendiendo otro cigarrillo, pensando en que, si tenía
suerte y sentido común, aquella sería la última vez que pisaría
la tumba del qurido Dogulas. Esto era cruel, y por primera vez desde
enterarse de la noticia sintió algo de culpa. Quizá no debería
haberla sentido, pero allí estaba, irritando su brújula moral.
En
casa se preparó un té de durazno. Era un día frío, y la bebida la
confortó. Ya cansada de pensar en la muerte, en familiares, en la
ausencia de familiares, y de responsabilidad como madre o como hijo o
como padre o como amigo, prendió la televisión para ver una
película.
Llegó
en la última media hora, encontrándose con un grupo de hombres en
coloridos disfraces luchando contra un gordo villano. Él disparó un
arma contra el protagonista, pero un muchacho vestido con colores
similares se interpuso ante éste y la bala, recibiendo el impacto.
Cuándo consiguieron derrotar al malo la triste música indicaba que
era el momento de la escena trágica. El protagonista lloraba la
muerte de su amigo, dando un largo discurso sobre cómo ayudó a
salvar el mundo o algo similar, pero para entonces Rose ya se había
quedado dormida.
-Nehuén Faggiano Becker.
Córdoba, Argentina. 2020.