Para Mafer
Según Marechal hay dos Narcisos: El primero, al verse reflejado en el lago, enamorado de sí mismo, muere al intentar alcanzar su propia imagen. Al segundo le sucede algo similar; también cae al agua y muere, pero no atraído por su propia imagen, sino por la imagen del Otro, “la forma eterna de lo que ama”. El Narciso que trasciende alcanza al amado, y al unirse con él, al perder toda contingencia y ganar eternidad, se pierde a sí mismo, se desvanece confundido en el Otro amado. En esta muerte se pierde su identidad, el individuo perece. Narciso deja de ser él mismo, pero debemos recordar, este es un proceso de unión. Nos desvanecemos para unirnos, para volver a la unidad, volver a ser parte de la Hermosura amada. Nos perdemos a nosotros mismos, matamos nuestro ego, para recuperar el Amor.
Si todo amor equivale a una muerte, y lo que importa es lo que se pierde o se gana muriendo, ¿dónde se encuentra el amar? Me interesa considerar lo siguiente: el amor no es individual. El amor nunca puede existir por sí solo en un sujeto amante. Siempre hay un objeto de amor, un amado, pero este no puede jamás ser pasivo. En lugar de considerarlo objeto, recibidor, debemos tomar consciencia de que aquél es, realmente, el sujeto más activo, aunque sea por su puro emanar de atracción, incluso emanar de ser. Somos por él, vivimos por él, y a él queremos retornar. Amar es una actividad recíproca en la que, sin embargo, nos encontramos subordinados, de rodillas ante lo Superior. Y aún así persiste, a pesar de todo, un momento, el más puro y estático, donde nos ponemos de pie para abrazar al Eros y volvernos parte de su Justicia, Templanza y Valentía.
Diotima, en conversación con Sócrates, afirma: “la generación es algo eterno e inmortal, en la medida en que puede darse en algo mortal. Pero es forzoso desear, junto con el bien, la inmortalidad, si verdaderamente el amor consiste en desear poseer el bien para siempre. Por lo tanto es forzoso que el amor sea también deseo de la inmortalidad.”
Ahí está la contradicción del amar. Ansiamos la eternidad, pero tan sólo la lograremos al deshacernos de nosotros mismos. No hay identidad en la inmortalidad. En nuestros tiempos, cuando tan difícil resulta escaparnos de nuestros egos, nuestros rostros, nuestros cuerpos, exhibidos, discutidos, enaltecidos, cuando todos somos actores y nuestros nombres designan todo lo que somos y lograremos ser, el amar se vuelve impenetrable. Todo nuestro valor recae en nuestro carácter de individuos, pues somos sujetos solitarios, protagonistas de nuestras novelas, rodeados tan solo de meros personajes secundarios. ¿Qué es el amor por el Otro, el arte de amar como el arte de morir, en estos momentos de amor propio y narcisismo individualista? Amor por uno mismo, nunca por el Otro, son las señales de época. Indulgir en vernos a nosotros mismo reflejados, caer en el lago con éxtasis, y morir sumergidos en el ego.
Cada tiempo, cada época, cada siglo, tiene sus rasgos particulares, y no somos nadie para decidir si son correctos, morales o justos. Sin embargo me gustaría señalar que, si ansiamos el bien, la inmortalidad, el Eros, debemos buscar a ese Otro, sumergirnos en su lago, y desvanecernos en su eterna Hermosura. Unidad con el Otro, la única salvación de nuestra contingencia, nuestra soledad, nuestra identidad apagada, múltiple e imperfecta. Fusionarnos con un alma Superior, un suicidio divino, un ascenso del alma en la que la misma se esfuma en trascendencia; esa es la única manera de amar. No amamos por nosotros mismos, por un deseo personal de lujuria, un amor masturbatorio y egoísta con un otro como instrumento de nuestra satisfacción. Amamos para dejar de ser nosotros mismos, disolvernos en esa Belleza que nos ilumina. Es un privilegio participar de la unidad, morir en el Otro, “abandonar nuestra forma por la del Amado que nos llama en nuestro centro”. El amado es parte de nosotros, por eso nos atrae desde nuestro centro, pero cuando entramos en contacto con él, necesariamente perecemos. El amante no ama para sí mismo; ama por y para el Amado.
El segundo Narciso representa una visión olvidada del amor. Una visión a la que quizá sea cada vez más provechoso retornar.
Volviendo a Diotima: “sólo en ese momento, cuando vea la belleza con lo que es visible, podrá engendrar no imágenes de virtud, ya que no está en contacto con una imagen, sino en virtudes verdaderas, al estar en contacto con la verdadera belleza”.
-Nehuén Faggiano