Ha dicho usted que «podemos falsear o tergiversar la historia de la Revolución
Francesa tanto como queramos y no pasará nada, pero si proponemos una
teoría química falsa será refutada al día siguiente». ¿Cómo ha influido en sus
ideas políticas esta concepción científica del mundo?
La naturaleza es muy dura. No se puede embaucar a la Madre Naturaleza, es un
capataz implacable. En ciencias naturales la honestidad es imprescindible. En
campos del saber menos estrictos, eso no es así. Hay ciertas normas, por
supuesto, pero en realidad son bastante laxas. Si lo que uno propone resulta
ideológicamente aceptable, esto es, si apoya al sistema de poder imperante,
puede decir casi cualquier cosa. De hecho, la diferencia entre las condiciones
que se imponen a la opinión disidente y a la mayoritaria es abismal.
Yo he escrito acerca del terrorismo, por ejemplo, y no creo que sea tan difícil
demostrar que el terrorismo casi siempre se corresponde con el poder. No me
parece una afirmación tan sorprendente. En general, cuanto más poder tiene un
país, más envuelto está en campañas terroristas. Estados Unidos, que es el más
poderoso de todos, está envuelto en una campaña de terrorismo masivo, según su
propia definición de terrorismo. Pues bien, si quiero demostrar algo así voy a
tener que aportar un sinfín de pruebas. Y me parece perfecto, no tengo objeción
que poner. Creo que cualquier afirmación de este tipo debe analizarse con lupa.
Así que me informo a conciencia, leo documentos internos confidenciales,
registros históricos y demás. Porque sé que si alguien encuentra una coma fuera
de lugar, sé que alguien me criticará por ello. Me parece bien que existan esas
normas de calidad.
Pero supongamos que uno juega en el bando de la opinión establecida. En ese
caso podrá decir lo que le venga en gana, porque está apoyando al poder y nadie
le pedirá explicaciones. Por poner un ejemplo absurdo, digamos que yo aparezco
en Nightline y me preguntan: «¿Cree usted que Gadafi es un terrorista?». Yo
podría decir: «Sí, Gadafi es un terrorista». No tendría por qué aportar pruebas de
ello. Ahora bien, si me da por decir que «George Bush es un terrorista» seguro
que me exigirían una explicación: «Y eso, ¿por qué lo dice?».
De hecho, el sistema informativo entero se basa en la premisa de que no hay
que justificar nada. El fenómeno hasta tiene un nombre, que he aprendido
gracias al productor de Nightline, Jeff Greenfield: se llama «concisión». Una vez
le preguntaron a Greenfield por qué no me invitaba a su programa y lo primero
que dijo fue: «Ese tipo habla en chino, no hay quien le entienda». Luego añadió
que me faltaba «concisión». Y es cierto, en eso lleva toda la razón. Lo que a mí
me gustaría decir en Nightline no se puede resumir en una sola frase, porque no
encaja con el credo del sistema. Si uno se conforma con repetir ese credo, puede
hacerlo sin problemas entre dos pausas comerciales. Pero si uno quiere ponerlo
en entredicho debe justificarse, y para eso no hay tiempo entre dos pausas
comerciales. En definitiva, que me falta concisión y, por tanto, no puedo hablar.
Encuentro que es una estrategia de propaganda admirable. Imponer concisión
es el mejor modo de garantizar que la línea del partido se repite una y otra vez y
nadie dice ni oye otra cosa.
-Entrevista de Harry Kreisler en Political
Awakenings a Noam Chomsky