miércoles, 27 de enero de 2021

Ocaso (Cuento)


    Desde lejos llegaban disparos, desde cerca se sentía la transpiración de los muchachos, sus músculos temblando, sus miradas perdidas en el suelo, intentando evitar cualquier signo de su mortal destino. Los disparos seguían. No tardaron en explotar a metros de distancia. Tierra cayó sobre sus espaldas, hombros, y cascos. Una piedra cayó sobre el casco de uno quien, creyéndola un disparo, gritó en profunda desesperación. Pero era sólo una piedra. No había muerto aún. En cualquier caso ahora no tardaría en enfrentarse a los…

    El muchacho se disparó en la boca. Si no sabían su posición con el grito, ahora el disparo les habría proveído de suficientes pistas. Los acribillaron de inmediato. Hoyos se abrían en sus indefensas espaldas. Sangre no tardó en brotar. Los asesinos esperaron a ver movimiento. No vieron ninguno. A lo lejos se escuchaba un potente clamor en celebración de la, si bien momentánea, significativa victoria. Pero más cerca también se escuchaban voces; una expresión distinta. Lamentos, murmuros, quejidos de dolor. Padre nuestro que estás en los cielos, pronunciaban débilmente algunas voces esparcidas por la superficie de cuerpos. Al iniciar el tercer verso pocos podían seguir. Algunas terminaron el segundo, santificado sea tu nombre, pero sólo uno logró al tercero. Venga tu Reino, el cuarto, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo, y continuaba: y perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, y no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal. Amén. A partir de aquí se mantuvo callado, y con buena razón. Los soldados enemigos se acercaron, golpeando a los cuerpos con sus botas o rifles, ahondando en cada herida asegurándose de que se encontraban demasiado muertos como para quejarse. Y si no lo estaban, como uno demostró con un penetrador alarido, un nuevo hoyo en el cráneo conseguía calmarlos. Pronto nadie quedaba vivo. Los soldados avanzaron hacia la base militar, convencidos de la victoria. El rezador, quien no sólo pretendía estar muerto, pero para todas las definiciones importante lo estaba, o pronto lo estaría, logró sentir, entre su dolor en su muslo, su fiebre, creando una mente delirante, y su desesperanza nihilista, el resto del ejército enemigo avanzar. En menos de una hora alcanzarían el lugar que había jurado proteger, y en quizá dos o tres quedaría destrozado. El rezador sintió docenas, quizá más de cien botas pisotear el cementerio de compañeros, acompañados por tres o cuatro tanques. Arriba, en el cielo, amenazaban avionetas y helicópteros almacenando las ametralladoras y explosivos impacientes por entrar en acción. Si el rezador hubiera podido, habría intentado calmarlos. Quizá así se comportarían con menor crueldad. En cuestión de minutos las voces ya habían cruzado. Se volvían lejanas. El rezador logró dormir en paz.

    —No está muerto. Casi, pero no.

    Abrió los ojos. Abrir quizá resulte una exageración. Dejó algo de luz pasar por sus párpados, suficiente como para descifrar una figura humana vestida de un color verde grisáceo. La figura lo empujó hasta quedar con la mirada al cielo. Era de un azul casi marino, profundo, melancólico; la noche se acercaba. Inclinó la cabeza hacia donde creía recordar era el oeste, donde la noche anterior había presenciado su último ocaso. Al menos eso pensaba en el momento. Estaba feliz de haberse equivocado.

    El horizonte expresaba una ardiente línea lumínica cortando un cielo rosa vibrante con suaves nubes dejando la luz atravesarla, y una tierra negra, de exterior marrón, contrastando la belleza mágica del fenómeno.

    —Es bello, ¿verdad? —dijo un hombre a su lado.

    —Lo es.

-Nehuén Faggiano (2021)

jueves, 7 de enero de 2021

La cultura suele ser progresista

"La cultura suele ser progresista. Tiene que ver con la solidaridad, con la felicidad de la comunidad. En ese sentido creo que sí, que la cultura se encuentra allá donde hay gente progresista." -Ian Gibson.